Crónicas inevitables

Tuesday, May 30, 2006

Tiempo de decir adiós

El día final; la clausura. Miles, acaso millones se apoderan de la bahía Darling, donde el ambiente es tierno, familiar: cero alcohol, cero desmanes. Pero allá, al lado de La Opera, donde los ferrys parten a la mar: humaredas, contorsiones, gritos, merengue, rock and roll; y algunos toqueteos...

Pedro Díaz G. /Enviado

Sydney.-- Una nube de espeso humo se levanta sobre las cabezas de innumerables curiosos que toman al parque de Circular Quay como el punto más importante para decir adiós a los Juegos Olímpicos y a sus visitantes; huele a mota. Y hay tanta gente que no caben dos más...

¿Qué hacer si nadie se puede mover siquiera unos centímetros desde ya hace más de una hora y media?

¿Qué, si empiezan a rolar pipas y cigarrillos ante la mirada inaprehensible de vecinos momentáneos, y un grito no cesa, surge en sonidos guturales, después de haber bebido tanto alcohol?; es el reto de los irreverentes a su anterior generación: "¡Ven papá!; ¡venga, abuelita!.. ¿Sabe a qué se dedican sus hijos mientras esperan el encendido de fuegos artificiales, aquí, bajo el puente símbolo de Sydney?”

--¡Acérquense y comprueben!

No lo hacen.

Esta chica sí: trae de la mano, impasible, a su novio, y, mientras, ella besa a todo el mundo, a todo. Ya en la mejilla, ya en el boca. Ya a hombres, ya a mujeres. Se escurre por pasillos inexistentes en esta masa informe de huesos, aromas, sentimientos: "Mua", les comunica vía mejilla. Guiña un ojo, avanza, y a otro, otra más, que ya acapara.

Huele mucho y la humareda impregna pronto el ánimo de aquellos que minutos antes se aventaban, en medio de la gente, en una danza violenta que hacía temer alguna atrocidad, y ahora simplemente esperan a que algo acontezca, pronto. Ya vendrá. Y estos padres con su pequeño que se aburre al lado de damas que no aguantan más --el whisky, los mareos--, y, qué asco, comienzan a vomitar.

Qué barbaridad: cuántos miles de litros de cerveza, de alcohol... Cuantos gramos de todo lo en gramos asequible.

Hay que caminar, ya a esta hora, enmedio de un basurero que se torna infinito. De los pasillos que conducen a La Opera, los recovecos que muchos tenían escondidos para sí, nada queda cuando van a dar las diez. Es el kilómetro 14 de luces en el cielo, último el punto en que nos encontramos. Día final.

(No se trata de un conjuro, quizá, pero tu remembranza me lleva a recovecos celestiales, sagrados rincones, divinas aristas, polos inexplorados; con tu recuerdo inicio un viaje a la sinrazón, al desequilibrio, al paroxismo)

Danzan acelerados por el vino; se mueven con cierta agitación; no se siente el frío, y preguntan, cuando pasan los minutos y el puente es una enorme estructura más inerte que nunca: negra, apagada, y, todavía, de alcances insospechados: where are the fuck'n fireworks?

Rubios son la mayoría; diminutas faldas usan ellas, que se agitan, que brincan, sufren arranques de patriotismo transformado en aussies, aussies, aussies, oi(nc), oi(nc), oi(nc)... Esa especie de hinmo—porra “que de tanto escucharlo ya te cansa”.

Se tuercen. Dan marometas en plena calle. Celebran lo que fue. Lo que es, lo que será. Y entonces...

La iglesia dice: el cuerpo es una culpa.

La ciencia dice: el cuerpo es una máquina.
La publicidad dice: el cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: yo soy una fiesta.

* * * * *

Los latidos descomponen su figura y palpitan a su arbitrio.
Venas irrigan hasta el último rincón, ansiosas, desbocadas.
La visión entrega imágenes que causan un colapso.
Mi mente navega en tierra, rueda sobre las olas, en un vuelo se sumerge a los subsuelos y las inmersiones se hacen en el aire.
¿Qué sucede?
(Son ciertas las memorias y la soledad. La vida es
es cierta, y el olor a lluvia. Todos estos días
son ciertos...)

Parque Circular Quay, ocho y media de la noche: deliran de borrachas las jóvenes australianas que se dejan toquetear entre tanta actividad, jaloneo, agitación, y, además ponen cara de contentas. De bancas se utilizan cajas de cerveza que van abandonando en el camino, en donde sea, luego de juntarse, hacerse calorcito, y así, encender los ánimos que nadie, ¿quién se atreve a apagar? Hay que caminar entre latas de aluminio, botes y botellas de cervezas; trapos, hojas de papel, folletos que lo fueron hace tiempo.

Estámos a la espera de lo que, consideramos, será el punto más importante en la agenda del adíós: la fascinación multicolor de cuando estalle el Harbour Bridge --como en diciembre, al recibir al Nuevo Milenio-- en luces centelleantes, arrebatadoras. Ese arco cuya estructura marca el arribo a este puerto y ha tenido desde hace varios meses a huéspedes tan distinguidos llamados los cinco aros olímpicos.

Muchos se suben a los árboles, y tienen más visibilidad; porque, desde nuestro punto, un edifico de ocho pisos obstruye la visión hacia la izquierda, donde, detrás de él se vislumbra --apenas por destellos a lo lejos en el cielo--, Darling Harbour; a la derecha, muy poco perceptibe, La Opera de Sydney.

El cielo: se presenta la luna esta noche con la más angelical de sus sonrisas; allá, a lo lejos, Orión y sus tres estrellas protectoras, la Cruz del Sur, inocultable, por supuesto.

Qué buen relajo traen los australianos. Cómo les siguen ingleses, brasileños, mexicanos.

Vino, cervezas, mujeres. Fragancia a yerba.

¿Qué sucede?

(...Es cierto el pez, cómo no lo dije
antes, y el deseo de cambiar las cosas. Entrar a
los cafés es cierto, y salir al mundo. Agarrarse
de él un solo instante)

Siempre hay algo de primera vez. Algo de invención de los sentidos.
* * * * *
¿Qué sucede? Es el adiós.

Llega por los ojos; ¿o es por la nariz?; acaso, sí, estoy seguro, por el tacto. ¿O será vía intravenosa con impacto directo al corazón? Quizá sea sólo telepático. O vía satélite. No lo sé, pero arriba de tantas maneras que difícilmente habra defensa. Ni lo intento.
Convivencia familiar.

Eso prometieron. Cumplen.

Porque para entrar a Darling Harbour es necesario abrir las bolsas en todos los retenes colocados a su entrada: nada de alcohol, dicen los azules guardias y poco alcohol ingresa. No hay problema, para eso está esta valla: quienes no quieren dejar atrás sus botellas de tequila, obviamente, no cruzan el barandal. Y, ocultas, se las toman unos metros más allá de la zona no permitida.

Son los pubs el centro de recreo posterior a este festejo.

Pero antes, aquí, en esta Darling que de querida todo tiene, los niños se embelesan con el estallido de luz que surca jubiloso hacia el espacio. Los chiquitos, que con tanto afán, ternura, amor se reproducen, por decenas, aquí en Sydney.

Son las 10 y media. Y los juegos pirotécnicos, para que te des una idea, vienen caminando en chispas y sonoros estallidos desde Homebush. Así como casi caminando llegas de Homebush a esta cronica: una hora y cuarto en autobús que, para dormir, utilizaste.

Están todos tranquilos y se apodera cada quien de su sitio en esta trama. Apretados, sí, pero más cautelosos: nadie se avienta. Pero uno a uno pregunta: ¿Dónde están?, dónde.

--Where are the fuck’n fireworks?

Sopla un viento inmenso; doloroso.

Hace, una vez más, mucho, mucho, mucho frío.

(Hay días en que las tardes me parecen noches; mis mañanas saben a ocaso; y las madrugadas caen al ocultarse el sol... Equinoccios a la hora del eclipse. Y puestas de luna justo en el crepúsculo. Hay días en que te extraño tanto, que el mundo se me distorsiona sin sentido)

El sitio es encantador. Mar, montañas, desiertos, riscos extravagantes, sol, palmeras, cáctus, césped, olas, veleros, windsurfers, zapatos mojados, ardor en la piel, buena comida, vinos blanco rosado tinto, cervezas y lo que se te ocurra. Música: merengue, rock and roll. Todo está aquí. Sería perfecto.

(Faltas tú).

Son enormes y muchas, en realidad por la ciudad entera, las pantallas que han sido dispuestas para que la gente viva de cerca, con los pies balancéandose sobre el muelle, la historia que termina, la epopeya de los héroes.

Aquí, en Darling, todo bajo control: un par de graciosos que al ver a seis oficiales catear a varios, al azar, en equis zona, afirman: “nosotros traemos éxtasis, por eso andamos como andamos.”

Ambiente familiar, rígida seguridad. “Mamá ya viste al cielo, ¡qué colores!”.

* * * * *

Cuando al fin las explosiones de emoción aparecen en la bóveda celeste, los ánimos se calman. Pero vuelven.

Porque un edificio nos tapa a la izquierda y un árbol a la derecha: de frente, el Harbour Bridge, que se enciende en múltiples, millonésimas chispas voladoras. Pero, ¿qué está pasando? –ábrete otra cerveza, por favor. Vuelve a rolar--, que, de pronto, nada.

Son más de diez, quince minutos, de los 30 que dura el espectáculo, que el Puente Símbolo de Sydney, permanece oscuro, apagado. Imperturbable. La Opera y Darling Harbour, no dejan de asombrar.

--Ya se descompuso –proponen algunos, evocando al pebetero en la apertura--; vámonos. Y comienza el éxodo que mañana será real.

El viento sopla fuerte, inmisericorde, desde la bahía. Surcan sus aguas, tranquilas, un par de embarcaciones. Todos miran al cielo.

¿Qué sucede?

(En sí lo que quiero es no pensar en tí, en exceso, porque vaya que es delicioso pensar en tí; sobre todo excesivamente).

Hay que esperar un poco. Quizás sea que han dejado el puente hasta el final.

--No creo.

--¡Pinche puente!, ¡pinche puente!... Where are the fuck’n fireworks, in the brigde?

* * * * * *

Pasa el tiempo. Rápido, implacable. Se acabaron estos Juegos.

Tres semanas de competencias todos contra todos. Tres semanas, que se convierten, con el preámbulo, en casi un mes. Un largo viaje espera. Y será, se presagia, una locura pues, al menos, seis mil periodistas abandonen el país al día siguiente. Otros se quedarán un rato más. Ha habido medallas, dolor, frustraciones. Disputas emotivas, leyendas modernas multifascéticamente presentadas.

Radio, televisión, prensa escrita, y el nuevo colega de los medios: Internet. Ha habido días de comer en platos de cartón comida de cartón. Qué fastidio, luego, pura carne. Mandarinas engulleron algunos otros. Langosta, cocodrilo. Y por qué no, borrando todo gesto de ternura, hasta canguro en diversas recetas de cocina.

Y los días que se acumulan en suspiros. Y ay, joven, qué descaro: cuánto amor.

* * * * *

Cerró por obvias razones el perenne sistema de transporte, por tren, en la ciudad. Es tal la cantidad de personas, que podría haber un accidente. Y entonces, dicen los policías, habrá que caminar.

Pero la mayoría sale del parque, de los parques, borrachos, perdidos, hasta sin ilusiones. Se envuelven en banderas; traen mejillas con rubor colores patrios. Se adhieren de Sydney hasta el último segundo. Andan, de veras, bien borrachas, hasta las mamás niños en mano. Y se dirigen a los pubs, después de observar que el puente, el Harbour Bridge, sí respondió. Cuando todos pensaron que algo había fallado, inicia, para terminar, el más lindo e intenso de los momentos esta noche: se ilumina por entero. Lanza luces hacia el frente, hacia arriba, por detrás. Y, de pronto, como si de un buen remate se tratara, enciende a toda velocidad los aros olímpicos, los cinco. Y anuncia, sin hacerlo, hasta pronto, nos vemos en Atenas 2004.

Muere la historia de estos Juegos; nacen los mitos de los medallistas. Se acaba el tiempo y hay que caminar, porque cerraron varias estaciones del tren. No hay taxis, y habrá que ir a dar los últimos teclazos.

(Linda, desde el color de las uñas, hasta el perfecto equilibrio del cabello, que hipnotiza: el mundo ¡sí se come!; me lo reveló tu cuerpo)

A despedirse con palmadas en la espalda. Que ya hay nuevos amigos: de Nueva Zelanda, Australia, México, Japón, Italia, Francia, Algeria, Usbekistán:

--...Un día, no sé cuando, viajaré a tu país –prometen y tiran su última cerveza; el whisky desde hace muchas horas se acabó...

--No lo dudes, te estaremos esperando.

A media noche es la ciudad un verdadero basurero.

Pronto, en unos días, Sydney paulatinamente regresará a la normalidad. Hoy, simple, está enferma de olimpismo.

No hay tiempo, no en este momento, para el llanto. Solo queda la nostalgia: es la hora de decir qué mes, qué locura. Ya vamos para allá.

* * * * * *

El recuento habla de estragos: tres condones en el suelo.
Decenas de gritos atrapados en las venas. Caricias múltiples que se esparcen por el oscuro azul del cielo. Anhelos extraviados. Cuerpos avasallados por la euforia. Medallas de oro, historias que han hecho vibrar el alma. Son los Juegos Olímpicos que, por fin, han concluido.

(Mi economía amenaza quiebra, pero mi corazón sigue a la alza)

¿Quién lo iba a decir? Huele a yerba, aquí, en Circular Quay, donde los cinco aros se extinguen, bajo el famoso, multipublicitado puente Harbour Bridge...

Sunday, May 28, 2006

Voces en la cumbre (I)


Siete voces en la cumbre

Donde no vuelan los pájaros

PEDRO DIAZ G./I

El Everest.
"...Allá arriba, rumbo a la cima, se vive la verdadera y más absoluta soledad".
Andrés Delgado, joven de 27 años, se refiere así a la cumbre más elevada del planeta. Es uno de los siete mexicanos que han escalado esta montaña en la cordillera del Himalaya.
El italiano Reinhold Messner, de los primeros alpinistas en conquistar su cumbre (20 de agosto de 1980, cara Norte, ascenso en solitario) la define como "el sitio de la blanca soledad que alimenta al espíritu y lo enaltece".
El Everest es también la Sagarmatha (en sánscrito: Diosa Madre del Mundo), montaña a la que los
lamas del Tíbet han bautizado desde siglos atrás, además, como Chomolungma, Diosa Madre del País, que en tibetano suele traducirse como Lugar donde no vuelan los pájaros.
Pero sobre todo, El Everest es una y a la vez muchas montañas; tantas como seres humanos sean capaces de ascenderla.
Porque cada uno vive su propio Everest y el orgullo se siente diferente en cada historia.
Al regreso las anécdotas se vierten incansables en una perfecta espiral que suele volver al mismo punto: han ido hasta el Himalaya, diría Benedetti, a llenarse de cielo los pulmones.
El Everest. Su retrato, narrado por quienes en lo alto han estado.
Siete. Mexicanos. Sólo siete.

* * *

Ricardo Torres Nava fue primero. 16 de mayo de 1989. Y entre sus múltiples recuerdos, que ha transformado en libro, "La Conquista del Everest", Editorial Diana (con la colaboración de Miguel Guzmán Peredo), uno tiene muy presente: esa sensación de angustia y temor que no le permitía disfrutar plenamente de su cumbre pensando en que la parte más importante era bajar con vida. Sobre todo después de haber vencido al Escalón de Hillary; su mente giraba sobre el cómo descender uno de los puntos más difíciles del trayecto:
"A las tres de la mañana del 16 de mayo iniciamos el ascenso. El termómetro marcaba quince grados
centígrados bajo cero. No había mucho viento y la negrura de las sombras era total. En medio de
aquellos desolados parajes, éramos cuatro las personas que ascendíamos a la cima: el doctor Walter McConnell, jefe de la expedición con carácter científico, los sherpas Ang Danu, Phu Dorje, y yo.
Habíamos puesto mucho cuidado en que la travesía por la Cascada de Hielo y el Circo Occidental,
hasta el Collado Sur, se efectuara con las máximas precauciones de grupo para evitar cualquier
accidente que pudiera ser fatal. Pero teníamos decidido que por arriba de los 8 mil metros cada uno de nosotros debería preocuparse de sus propios actos, no siendo conveniente avanzar encordados, para evitar que la caída de uno arrastrase a sus compañeros a la muerte. Más adelante, el Escalón de Hillary.
Presentaba un aspecto aterrador y peligroso. Me quité los guantes para sentir mejor los asideros que
me sirvieron para irme elevando centímetro a centímetro por esa pared imponente que juzgué tendría una inclinación de setenta grados. Una vez que logré sortear el escalón, no dejé de pensar en el regreso.
Sí, se vive también, ahí, la soledad negra que deprime y golpea el alma. Y a ella hay que
sobreponerse".
A Carlos Carsolio el Everest no pudo dársele en la Primavera. Sabía Carlos que en 1978, ante el
asombro de los científicos y del mundo entero, Reinhold Messner y Peter Habeler consiguieron un
ascenso por la vía tradicional (trece rutas tiene el Everest; las más difíciles, la Yugoslava y la Rusa)
pero sin la ayuda de oxígeno suplementario.
El reto, entonces, sería que su esposa, Elsa Avila, y él, escalaran sin oxígeno y por la arista yugoslava.
No pudo ser.
Narra Elsa en el libro Encuentro con el Himalaya, la aventura de la esperanza, de Fernández Cueto
Editores (con la colaboración de Héctor Perea): "Carlos, al llegar a los 8 mil 750 metros y descubrir mis labios totalmente morados y mi casi absoluto mutismo, síntomas inequívocos de hipoxia, decidió que desistiéramos a sólo 100 metros de la cumbre, a unas dos horas aproximadamente de ascenso".
Cuando la hipoxia comenzó a presentarse en Elsa, hubo que decidir por el regreso; a Carlos un fuerte
dolor de garganta le impedía seguir.
¿Sería entonces en otoño?
Fue.
"Las cosas se fueron dando, y aunque finalmente mis compañeros no pudieron, yo subí al Everest sin
tanques de oxígeno en el otoño de 1989. Una temporada bastante difícil; es muy poca la gente que ha subido en otoño, la mayoría sube en primavera, que es cuando avanzan casi sin nieve; en el otoño hay
mucha nieve profunda que te llega arriba de la rodilla. El esfuerzo es muy grande, pero quedé‚ muy
satisfecho. El Everest fue una experiencia que la gocé‚, la gocé‚ mucho. Ahí nada más logramos la
cumbre seis personas; la montaña no estaba saturada como acostumbra estar en la Primavera. Para mí
fue una experiencia muy agradable. Es una montaña preciosa, que aunque no fuera la más alta del
mundo seguiría siendo una bonita montaña, pero, desgraciadamente, ha perdido su carácter de
aventura..."

Dice Alfonso de la Parra, a quien La Montaña se le dio como inesperado regalo de cumpleaños el 9 de
octubre de 1992:

"Al caminar por sus largas pendientes congeladas, escalando y sobreponiéndote a cada instante de
riesgo, observas cómo, a lo lejos, puede verse un hombre. Es apenas un pequeño punto en este
universo de hielo y colores que se entremezclan al amanecer. Piensas: aquel pequeño punto a la
distancia, tan pequeño, tan insignificante, puede, con sólo apretar un botón, acabar no sólo con esta
hermosa cordillera, sino con todo el planeta. En eso, entre muchas cosas, pensaba al escalar el Everest.
Y en que la vida es un instante, un soplo. Y ya en la punta reflexionaba: en este momento soy el ser
humano que est parado más alto que otro ser humano en la tierra; qué‚ tan insignificantes somos en el
mundo y cómo lo complicamos: smog, tráfico, el banco, y que si los asaltos y las facturas... Y miles
de problemas. ¿Cómo es que hacemos un mundo de enredijos, de caos que solamente existe dentro de
nuestra cabeza? En eso pensaba.

Alfonso de la Parra ascendió el Everest acompañado de Wolfgang Amadeus Mozart. Porque en sus
composiciones pensaba, sobre todo en las que escribió el músico austríaco en su adolescencia.
Alfonso decidió alejarse de los problemas de la expedición y prefirió enfrentar a la montaña con los
acordes de Amadeus. Músico y alpinista, compositor y amante de los clásicos, De la Parra se soñaba
de niño con dos futuros: como director de una filarmónica y en la Punta del Everest, la montaña
mágica.

Peligrosa.

Pero Yuri Contreras la vive tan intensamente que, al escucharlo, pereciere que hablase de un nuevo y
emocionante juego. Ha estado ahí ya en dos ocasiones. Y regresa para seguir explorando las virtudes
del Himalaya.

"A mí la montaña me ha cambiado. Mi forma de ver la vida es totalmente distinta. ¨Y cómo no, si al
regresar del Everest ya hasta las chavas me veían guapo. En aquel momento, en que no tenía novia
todavía, las chavas me seguían. 'Oye, Yuri, por qué‚ no salimos...' El Everest, me decía al espejo, ­me
volvió guapo!..

Ríe Yuri Contreras y recuerda aquel 24 de mayo de 1996; la sensación se contrapone a la que sentiría
un año después, apenas el 27 de mayo pasado. Dos ascensos. Dos caras, Norte y Sur.

Dos visiones:

"Cuando iba a llegar por primera vez al Everest el instante fue de una incredulidad indescriptible. ­Iba a
llegar a la parte más alta del planeta! Y por un lugar que había leído, era muy complicado: la cara norte.
Por ese lado en el que se intentó el Everest las primeras veces, por donde pasó Mallory, Irvin y tantos
otros escaladores que se convierten en tus ídolos al escuchar sus hazañas... ¨Y de repente llegar ahí?
Me acordé‚ mucho de mi padre, que murió en 1992, y a quien debo el gusto por escalar montañas.
"Aquí estamos", le dije. "Llegamos". Este año la sensación fue distinta. Subí la montaña disfrutando
cada paso. Degustándola, como quien paladea un buen vino.

"¿La soledad? Yo no tengo problema por no hablar con nadie en días. Y allá no hablas, no abres la
boca. Disfruto mucho la soledad porque puedo pensar en mi pasado, en mi presente y también, de
pronto, me veo diseñando mi futuro. El Everest es una pausa; una pausa activa. La soledad se vuelve
creativa, pero es a la vez muy fuerte. Para mi página en Internet escribí una experiencia dolorosa: se
murió un cuate y a mí me tocó hacerle el certificado; ese momento te aplasta. Lo ves y piensas que t£
podrías ser el próximo cadáver en la montaña.

Acaso una hora después que Yuri, aquella tarde de 1996, Héctor Ponce de León vivió su comunión
con la montaña. Y tanto atrae a Héctor el contacto con la naturaleza, que est por titularse en España
como guía profesional. Tres meses tiene viviendo en Europa.

Narra Héctor:

"Cuando estás casi por llegar, vas sólo pensando en el siguiente paso, o en el siguiente golpe del piolet;
no piensas en la cumbre, pero a 8 mil 800 metros superas una banda de roca y, al salir, ves la cima, lo
más alto del Everest por encima de ti, y los 50 y 60 metros que restan son una pendiente de nieve sin
más dificultad. Este momento es muy intenso, de lo más mágico. Ver la cumbre. Detenerme y decir: `ya
nada me lo quita; estos últimos 60 metros me los voy a regalar. Pasearme, voltear a todas partes.
Disfrutarlo. Esos instantes, creo, son más bellos que la misma cumbre. Y sabes que ahí est pero
retrasas, aminoras el paso; vas degustando, volteando, a la derecha el "Cho Oyu", a la izquierda el
"Lothse". Y t£, entre las montañas más grandes el mundo... No, no hay instante con más hechizo que
ese.

Andrés Delgado encontró en los días de espera, lo mejor de su aventura. Como el soldado que con
paciencia y entereza aguarda la batalla inarribable, este joven esperaba el momento en que el clima le
permitiese atacar la cumbre.

"Lo que recuerdo con más gusto, por lo que significó para mí en esta carrera del alpinismo, fue el
probarme en la soledad, en el silencio. La temporada de primavera tiene como punto culminante, día
ideal por tradición para atacar la cumbre, el diez de mayo. Pero esta vez fue distinto. Día diez, mal
clima. Día once... doce... trece, mal clima. Se nos acababa el tiempo. Llegó el 22 y decidí un ataque.
Nada. Sabíamos que si el intento no se realizaba antes de 26 o 27 la expedición fracasaría. Porque los
permisos vencen el 30 de mayo y necesitas de cuando menos dos días para bajar. Pero todo ese
tiempo, sólo a la espera del instante en que la montaña te permita que asciendas, fue sensacional. Me
sentía como aquellos soldados que están esperando el día en que inicia por fin la guerra.

-El vivac. Eso es lo que más recuerdo, entre muchas anécdotas: el vivac. Pernoctar en la montaña, a
más de 8 mil metros, es una experiencia fuerte -dice Hugo Rodríguez, quien también ha vivido esos
minutos en que a tientas se atenúan los descalabros de la espera.

"Lo que hizo muy especial mi experiencia en el Everest fue el descenso. Veías allá muy difícil el poder
dormir algunas horas en el campamento cuatro, que est a 7,980 metros, casi 8 mil. Recuerdo que me
hablaron de cuando una expedición de Indonesia, tuvo que hacer un vivac a, creo, 8 mil 200 metros.
Yo pensaba que era algo totalmente imposible. Para mí, sobre todo; porque nunca había estado a ocho
mil metros: del Aconcagua me fui hasta el Everest y, bueno, acabé‚ haciendo un vivac sin tienda por
arriba de los 8 mil 500 metros. Pernoctar en la montaña normalmente lo haces en tienda de campaña; o
con sleeping bag. Yo tuve que pasar la noche allá, casi sin equipo.

Historias. Bellas, sublimes historias.

Voces en la cumbre (II)

Siete voces en la cumbre

Minutos en La Montaña Mágica

PEDRO DIAZ G./II

El Everest.

Se abre en la E el grueso volumen del Larousse. Sus páginas ofrecen conceptos que bien pueden relacionarse con la montaña. "...Eco, edema, edén, egoísmo, ejemplo, emoción,
enemigo, engaño, entrenar, envidia, equilibrio, escalar... Everest!":

"Everest (monte), la montaña más alta del mundo (8,848 m), en el macizo del Himalaya, en la frontera
entre Nepal y el Tíbet. En 1953 el neozelandés‚s Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay
consiguieron llegar a la cima por primera vez".

Tiene el Everest algo de misticismo.

Es montaña mágica.

Posee un encanto divino.

Y si el alpinismo es una expresión más de la creatividad humana, aquellos montañistas que se aventuran
a conquistar cualquier altura tienen siempre como anhelo a la más grande y enigmática de las cumbres
en este globo tres cuartas partes agua llamado Tierra.

Siete, ya, los mexicanos que han debido luchar contra ellos mismos y contra su entorno para llegar con
éxito al Everest.

Nunca ha sido fácil conseguir los avales, los permisos, los papeles que deberían surgir sin problemas
de las dependencias deportivas.

Sí, es verdad, tal como lo cuentan los experimentados escaladores: ahora es más sencillo ascender el
Everest. La logística invade la cumbre: tecnología al servicio del cliente que desee caminar por sus
nevados senderos. Entre 70 y 100 mil dólares, de acuerdo con el tipo de expedición, serán necesarios
para hacer realidad la cima.

Sí, quizá sea más sencillo subir al Everest con la logística.

Pero siempre ser un logro que, a pesar del dinero, debe ser un arduo ejercicio de perseverancia,
fuerza, tenacidad y dedicación no apto para todos los habitantes del Planeta.

El fin es el mismo: sentirse por segundos el Ser humano más elevado en la Tierra.

Tener, el-mundo-a-tus-pies.

"Las nubes se fueron quedando abajo -narra Ricardo Torres Nava- y hacia lo alto del cielo estaba
admirablemente despejado. Miré a Phu Dorje llegar a la cumbre y quitarse la mochila. Yo estaba a dos
metros de ‚l, y mientras esperaba la llegada de Ang Danu, quien se hallaba muy cerca, saqué mi cámara
fotográfica y capté las imágenes de mis dos compañeros, así como las del maravilloso entorno que se
dominaba desde aquella elevada atalaya pétrea. Y cuando Ang Danu estuvo a mi lado, le cedí el paso,
en memoria y homenaje a lo que Edmund Hillary hizo con el sherpa Tenzing Norgay. Así que le dije:
'Adelante, es tu país, tú vas primero...' Momentos después, emocionado, rompí a llorar.

Con gran alegría me di cuenta de que era la primera ascensión de un mexicano; tratando de calmarme
un poco, tomé varias fotografías de mis compañeros y de aquellos soberbios parajes. Antes de pasar
la cámara a Phu Dorje para que me retratara, saqué de mi mochila la bandera de México que me había
regalado Elsa Avila días antes en el Campamento Base".

Los minutos de la euforia. La comunión. La meta cumplida.

"Establecimos comunicación por radio en el Campamento Base. Hasta mí llegaron los gritos de
regocijo de los miembros de nuestra expedición. Bob Reynolds me preguntó qué‚ veía a mi alrededor.
Le respondí que mal tiempo, con mucha nubosidad, y que cuando por momentos se abrían las nubes
veía montañas que me rodeaban. Como insistió en su pregunta le dije que veía a los dos sherpas. Pero
Reynolds reiteró: ¿qué ves a tu alrededor? Entonces reparé en un tanque de oxígeno, seguramente
abandonado por algún montañista en la cumbre. Me preguntó de qué‚ color. Amarillo, respondí. A
través del radio percibí mayor júbilo en mis compañeros del campamento base, que confirmaron con
mis palabras mi ascensión al Everest, puesto que ese tanque amarillo había sido dejado en la cima diez
días antes por uno de los dos alpinistas yugoslavos que hasta ahí llegaron.

"Pude hablar con Carlos Carsolio y su esposa Elsa. Ambos me felicitaron calurosamente. 'Ten mucho
cuidado, manito. Sabemos que lo más difícil es el descenso. Concéntrate muy bien en lo que hagas.
No pierdas en ningún momento esa concentración. Cuídate mucho...' Escasamente habíamos
permanecido en la cima unos quince o veinte minutos".

El descenso. La lucha por la vida.

"Cuando llegué a la Cima Sur la visibilidad era bastante escasa. Para entonces utilizaba unos anteojos
para tormenta que me prestaron los sherpas, bastante viejos y rayados, pero que me protegían los ojos.
Al acercarme Ang Danu no advertí que ante mí estaba la pendiente de la Cima Sur y perdí el paso,
cayendo hacia atrás y rodando pendiente abajo. Cuatro o cinco veces traté de detenerme con el piolet.
Finalmente lo conseguí y cuando me detuve permanecí tirado unos minutos, recuperándome. `Tengo
mucho miedo, Ang Danu, ¿cuántos metros caí?' Me respondió que aproximadamente 30. Volví a
decirle que me daban mucho miedo las dificultades del descenso, y él me contestó que también
experimentaba un gran temor.

"Al caer la tarde llegaron a mi encuentro dos sherpas de nuestra expedición. Me ofrecieron galletas y t‚.
Me dijeron no saber de Phu Dorje y me preguntaron por ‚l. Fue como si una corriente eléctrica me
sacudiera repentinamente. Pensaba que habría llegado ya al Campamento Cuatro. Y el hecho de que no estuviera allí, además de haber encontrado el piolet en la pendiente eran señales inequívocas de que había desaparecido, rodando por uno de los flancos de la montaña.
"...Unos treinta minutos después de mi llegada al Campamento Base vino a mí don Carlos Carsolio, el papá de Carlos. Recuerdo que me dijo: `Ricardo, yo pensé que mi hijo iba a ser el primer mexicano
que escalara el Everest. Pero ni hablar, lo fuiste tú. Creémelo, te felicito de todo corazón'. le agradecí
sus palabras y nos abrazamos. Minutos más tarde llegaron Carlos Carsolio y su esposa Elsa, quien
gritaba alborozada: '­Ricardo, eres grande!' Fue mucho su entusiasmo y su afecto. A mí me agradó y
emocionó la felicitación de Elsa. Luego se aproximó Carlos, y en forma seria pero amistosa, me dijo:
`Ricardo, yo también te felicito, hiciste un buen trabajo; y lo más importante es que tu ascenso fue para
México'...".

Desde lo alto de una montaña, en esa bella cabaña que la familia Carsolio tiene en Villa Alpina, antiguo
observatorio de los Aztecas, Carlos se hace un espacio entre las actividades. Del Everest habla
mientras su esposa le observa desde lejos y un par de pequeñines se regodean entre sus piernas; ‚l los
ve con mirada ahora fraternal.

"El Everest para mí es una montaña que no fue atractiva, porque siempre he sido un alpinista de
dificultad técnica. Lo que más me ha atraído a lo largo de mi carrera es la escalada extrema; lo que es la
verticalidad. Empecé a escalar roca desde los 10 años y me dediqué y después me dediqué a las
paredes en montaña.

"El alpinismo actual es un deporte de estilos, no de cumbres. Una cumbre la puede alcanzar cualquier
persona, si abusa de la tecnología. Tienes el caso de que el Everest: ha sido ascendida por cerca de mil
cien personas, de las cuales hay gente de 60 años y que no había escalado en su vida.

"Llegó un momento en que se me hizo atractivo el Everest y lo que quise fue hacer algo de primer nivel.
Intentamos la ruta más difícil, que es la arista yugoslava, que no tenía segundo ascenso. Y el primero,
los yugoslavos lo hicieron con tanques de oxígeno. Nuestro equipo era muy fuerte internacionalmente;
quería hacer el primer ascenso mundial sin tanque por la ruta más difícil. Lo intentamos, hubo muchas
complicaciones, muchos intentos, problemas de salud y no lo logramos. Yo hice un intento en solitario
que llegué muy alto: a 8 mil 400 metros sobre esa ruta y bueno, por condiciones de la garganta no pude
subir. Al final de la expedición murieron cinco de nuestros compañeros. Una avalancha.

"Volvimos frustrados, dolidos, y yo quería regresar al Everest. Formé una expedición totalmente
mexicana, la primera, únicamente cuatro personas: mi esposa Elsa, mi hermano Alfredo, un amigo,
Enrique Luengo y yo.

"La cumbre. Ese fue momento mágico, fantástico, porque fue sin tanques de oxígeno. Había sido un
gran esfuerzo, más en otoño; la nieve era muy profunda y yo había tenido que abrir huella durante
mucho tiempo, de manera que, si bien no hubo esfuerzo técnico porque no había escalada, que es lo
que a mí me gusta, el esfuerzo físico era muy grande, porque respirar a esas altitudes sin tanques es
muy complejo. La satisfacción fue muy plena. Yo tenía ya mucha experiencia en montañas, había
hecho cumbres mucho más serias que el Everest, pero esa montaña, La Más Alta del Mundo...

"Por esa experiencia que ya tenía me había acostumbrado a ser muy frío y más cuando vas sin
tanques; tiene que ser así porque las emociones, cualquier tipo: positivas o negativas, allá arriba te
agotan. Gastas oxígeno. Y es tan escaso que debes de cuidarlo, el poco que hay en el aire. De tantas
veces que había soñado estar en esa cumbre, me había programado para ser muy frío porque todavía
falta bajar vivo. No. En los últimos metros la emoción era tal que los ojos se me llenaron de lágrimas, y
a la cumbre llegué llorando. Y récord‚ a mis compañeros que habían muerto; todo el esfuerzo que
habíamos hecho, al equipo que me respalda, a mis médicos, mis amigos, mis familiares. Fue un
momento muy intenso.

"Tuve la fortuna de gozar una cumbre limpia; nadie había estado allí en esa temporada, no había una
sola huella, toda la nieve nítida. Y en ese momento estaba con un coreano y dos japoneses y ‚ramos
muy poca gente allá arriba. Nadie más volvió a subir después y entonces la montaña se sentía con una soledad, con una plenitud muy grande. Yo había leído mucho sobre esa cumbre y creo mucho en la filosofía budista, aunque no la practico; de hecho creo mucho en Dios pero no practico ninguna religión en forma; no sigo dogmas. Y en ese momento quise y busqué el monasterio de Pangboche que
es el lugar más sagrado para los sherpas y se veía, se veía desde la cumbre: era un pequeño punto rojo cuatro mil metros más abajo.

"Cuando leí el ascenso de Tenzing, el primer hombre en subir al techo del mundo con Hillary, ‚l
hablaba precisamente de eso mismo: cómo veía el monasterio desde allá arriba. Y le agradecía a la
montaña. Yo viví lo mismo, yo le agradecí al espíritu de la montaña que me permitiera estar ahí, y lo hice en el mismo lenguaje que utilizan los tibetanos. `Estoy agradecido', le dije. Esa es mi relación con el Everest. Así fue. Y traté de dejar la cumbre nítida. Es terrible que alguien deje algo en la cumbre. Es profanarla, es herirla. Hay quien deja banderas, otros, tanques de oxígeno. Eso es un agravio a la montaña. Yo tomo fotos pero me bajo todo lo que llevo. Eso es el alpinismo de punta".

Ciertamente las historias, las vidas de los alpinistas han tomado rumbos distintos; a veces distantes.

Han compartido, pese a todo, metas en común.

Y cuentan, narran, describen y vuelven a vivir en cada palabra las emociones de haber comulgado con El Everest. La Montaña.

Voces en la cumbre (III)

Siete voces en la cumbre

Paraíso irrepetible

PEDRO DIAZ G. / III

Se acerca Emil Aguad a Alfonso de la Parra.

El atrio de la iglesia es fiesta de saludos, de abrazos. Aca-ba de casarse el m£sico-alpinista.

Al o¡do le habla de sue¤os compartidos desde la infancia.

--¨Sabes, Alfonso, creo que le vamos diciendo adi¢s al Everest?, ¨o no?

--Creo que s¡... --responde De la Parra.

El matrimonio lo alejaba de La Monta¤a. Lo sab¡a.

Pero.

--...Fue algo incre¡ble. Me cas‚ y unas semanas despu‚s, cuando la idea del Everest se apagaba
inexorablemente, vino a m¡ Sergio Fitch, un excelente alpinista. Me dijo: 'tengo un permiso para
ascender el Everest; no lo voy a utilizar, ¨lo quieres?'

No dud¢ De la Parra.

Pronto reunir¡a el dinero.

Partir¡a semanas ms tarde hacia Kathmand£, puerta de acceso a la fantas¡a, a la inmensidad.

Esta historia inici¢ a los doce a¤os, cuando en el Instituto Cumbres ‚l y Emil trazaban su proyecto de
vida: terminar la carrera de m£sica y escalar el Everest.

--Con el tiempo, cada quien logr¢ uno de los objetivos, por separado. El estudi¢ incluso en el
extranjero; es ahora director de la filarm¢nica de Morelia.

El Everest.

Muchos fantasmas, entre miles de botellas de ox¡geno abandonadas en los senderos de enso¤aci¢n en
la monta¤a; innumerables leyendas. "El Yeti", por ejemplo, que es una especie de hombre de las nieves
al que algunos alpinistas aseguran haber visto. Pero ms all de seres m¡ticos el verdadero reto est, no
en vencer a la monta¤a, no en conquistarla, sino en el impostergable enfrentamiento consigo mismos.

"Porque escalar el Everest hace que conozcas al hombre que hay en ese cuerpo tuyo. Y, ¨sabes qu‚?
muchas veces no te gustas. No ests de acuerdo contigo mismo. Eso es lo ms duro".

Habla Yuri Contreras.

Y comenta:

--Yo siempre fui ni¤o bien; clase-media-alta y de sue¤os superficiales. Me veo al espejo y recuerdo mi
cara de felicidad aquel d¡a, ya muy lejano, en que me compr‚, ­por fin!, un Rolex. La monta¤a me ha
cambiado.

¨Por qu‚, Alfonso?

El apellido De la Parra no es fcilmente identificable con la conquista del Everest. Carsolio y Torres
Nava fueron durante los £ltimos a¤os los ms conocidos.

Alfonso de la Parra se dedica a las expediciones, a la aventura.

Responde:

--Fue muy simple. La gente no me conoce porque, casi reci‚n casado, planeamos el viaje como pareja.
Yo sub¡ al Everest, viv¡ mi momento y despu‚s nos quedamos a vacacionar unos dos meses por el
T¡bet.

No hizo caso de las llamadas hasta Kathmand£.

--­Regr‚sate! --le dec¡an sus familiares--; todo mundo te est buscando ac. La prensa, la televisi¢n...

Alfonso:

"All arriba te sientes con much¡sima paz; si te llegara a pasar algo, no importar¡a. Como cuando los
alpinistas se sienten agotados a mitad de la monta¤a y deciden abandonarse. Estoy seguro de que
mueres en paz contigo mismo.

De lo que otean los alpinistas desde lo alto, dice De la Parra:

--...Puedes ver la curvatura de la tierra y obviamente todos los picos del Himalaya; preciosa cordillera.
Observas las diferentes capas, no de atm¢sferas, pero puedes ver una primer capa a manera de niebla;
ms arriba unas nubes, ms densas. Todo tipo de nubes. Y sobre todo el amanecer: ves c¢mo la luz
penetra por las nubes y c¢mo se estrella en las diferentes monta¤as. Eso es algo totalmente angelical.
­Y el silencio, tremendo!

"Cuando atacaba la cumbre, como a las cinco de la ma¤ana, se hab¡a quitado el viento y no hab¡a
absolutamente nada. Era un silencio casi inexplicable. Sal¡a el sol y empezaba a pintar todo de colores,
de tonos diversos; grises, blancos, azules... Ten¡as ante ti un panorama hermoso, sublime. Para¡so
irrepetible.

"Del Campamento Cuatro a la punta subes una pared bastante empinada y despu‚s llegas a una especie
de filo que te comunica prcticamente ya con la cima, donde t£ puedes clavar tu piolet. Es tan delgado
que perfora de un lado de la monta¤a al otro. Tienes un espacio para poner la huella de tu pie de, a lo
mejor 20, 30 cent¡metros. Quedas totalmente volando por una cara y prcticamente caminas por el filo.
Esta es una de las partes ms hermosas que tiene El Everest. Es antes de llegar al Escal¢n de Hillary
--que ya es un enredijo de tantas cuerdas que han puesto ah¡--. Ah¡ te das cuenta de lo frgil, de lo
delicada que tambi‚n es la monta¤a... Pasas el Escal¢n y esa secci¢n de la monta¤a se empieza a
ampliar un poco, hasta que llegas a la punta, que es chiquita: ha de tener unos cinco, ocho metros
cuadrados. Hay un tripi‚ que dejaron los chinos. Algunos hacen experimentos con ‚l: le ponen celdas
fotoel‚ctricas para probar equipos de telefon¡a, o una serie de espejos intentando triangular reflejos
para medir con ms exactitud el tama¤o de la monta¤a..."

Tiene Yuri el rostro fragmentado en rayos de luz y vive este 24 de mayo de 1996 su primer ascenso al
Everest; tendr dos.

Tiene esa extra¤a sensaci¢n de cuando la mirada no encuentra nada que la detenga en el horizonte.

A ‚l el Everest se le desborda en la mirada.

Lo ha cambiado, asegura.

El encuentro con la monta¤a lo hizo entrar en contacto con la muerte, a la que no desconoce: es
m‚dico. Dice a la distancia:

"Entr‚ a la tienda y se encontraba Mal Duff, a quien me hab¡a encontrado d¡as antes en el Campamento
Tres; le ense¤‚ las fotos que acaba de tomar con mi cmara digital (hermoso regalo de mi novia
Cristina). Estaba acostado de lado con un libro en su mano: 'The queen of elepanths', como dormido.
Al jalarlo vi su cara comprimida; su barba y toda la mejilla por el piso; entumecido y con un color
p£rpura y blanquecino, los ojos abiertos y residuos de v¢mito en la barba, barba de monta¤ista. En una
est£pida acci¢n me acuerdo que coloqu‚ el estetoscopio en su pecho blanco y morado; sus brazos,
r¡gidos, semiflexionados parec¡an en una absurda posici¢n, como qui‚n pidiese bailar. El hedor era
terrible y a£n me persigue. Sus ojos fijos y vi‚ndome, como interrogando por qu‚ hab¡a de morir a los
43 a¤os. Le puse luz y sus pupilas segu¡an mirndome, cuestionndome.

"¨Dios --pens‚--, y por qu‚ Yo he de contestar a la muerte?

Trat‚ de hacer algunas maniobras (est£pidas, ahora pienso) de reanimarlo: colocar cnulas en la boca,
en fin. No hab¡a raz¢n. Ten¡a ya algunas horas de muerto.

"¨Donde qued¢ toda mi filosof¡a de lo que es vivir plenamente cuando la muerte te rompe de repente,
te toca, te mira y te dice: `me he presentado en el l¡der de la expedici¢n, un monta¤ista experimentado
que muchas veces ha tenido que sufrir para salvar su vida en las monta¤as; ahora muero leyendo la
reina de los elefantes en medio de un campo base, muerto por asfixia de mi propio v¢mito? Yo soy la
muerte, te estoy tocando, Yuri, para que toda tu pinche filosof¡a se vaya a la mierda y sepas que la
£nica filosof¡a mi amigo es la de luchar constantemente por tu vida. No te conf¡es ni cuando duermas
porque cuando quiero vengo por ti y te quedas sin novia, sin familia, sin perro y sin tus art¡culos que
tanto te gusta escribir'..."

"Yo en lo particular siento que no se requiere ox¡geno en esa monta¤a --dice Alfonso de la Parra--. Si
tienes muy buena preparaci¢n no lo necesitas. Yo realmente no lo necesit‚, de hecho cuando sal¡ a la
cumbre me lo hab¡an robado; ms adelante pude conseguir uno, llevaba otro de repuesto, se me acab¢
el que ten¡a y ya no me tom‚ la molestia de sacar el otro; prcticamente escal‚ la mitad de la cara sin
ox¡geno: en la punta no us‚ ox¡geno; me sent¡a perfecto, pod¡a hacer abdominales, lagartijas. Creo que
much¡simo tiene que ver tu aclimataci¢n. Hay gente que se muere de fatiga. Te conviertes en una
calavera caminando. Yo llev‚ ox¡geno porque siempre he pensado que no tiene caso matar tus
neuronas; y como nunca sabes c¢mo vas a funcionar a esa altura hasta que ests en ella, pues igual
puedes regresar ya medio loco con la mitad de las neuronas muertas por falta de ox¡geno; o igual y s¡
te aclimataste muy bien y noms estuviste cargando los tanques. Yo si volviera al Everest no usar¡a
ox¡geno.

Sin embargo, dice el m£sico-alpinista, no regresar¡a al Everest.

Prefiere una monta¤a ms bella: el Ama Dablang, en Nepal, 6,856 metros.

Para mayo de 1997 Yuri Contreras estaba nuevamente en El Everest; la monta¤a lo hab¡a cautivado y
sus planes a futuro son regresar cuanto antes al Himalaya.

--Es que, vean --dice a quien quiera escucharlo-- estas imgenes del Himalaya. Estos paisajes, estos
peligros. ¨Ustedes creen que conociendo todo esto voy a meterme todos los d¡as al quir¢fano?

La sonrisa de Yuri es por momentos exultante. Sobre todo cuando a su mente llegan tantas vivencias
en la cumbre.

El segundo ascenso estuvo lleno de emociones. Como cuando a 6,150 metros tuvo que enfrentar una
grieta que bloqueaba el paso a la cumbre: "Lackpa Nuru (su compa¤ero de cordada) volte¢ y
lentamente me dijo: 'aseg£rame, voy a saltar'. Clav‚ mis dos piolets en la no muy buena nieve, los
ecualic‚, pas‚ la cuerda por el mosquet¢n y puse el ocho a mi cintura; me recost‚ sobre los piolets
clavando todas las puntas de mis crampones. Segundos despu‚s o¡ el grito de Lackpa, gir‚ la cara y lo
vi feliz, sonri‚ndome sin dejar de repetir: '­brinqu‚, brinqu‚!', pero al descubrir d¢nde estaba parado,
arriba de un frgil labio de grieta, grit‚ sin moverme de mi posici¢n: 'run... run... go ahead'. Lackpa
entendi¢ y comenz¢ a buscar ms arriba un terreno firme".

El 27 de mayo un doctor, Yuri Contreras, alcanz¢ su meta. Nuevamente.

Vuelve.

"No para conquistar una monta¤a, porque la naturaleza no se puede conquistar, sino para,
simplemente, disfrutar de la belleza, paz y serenidad. Yo no escalo porque la monta¤a est ah¡, sino
porque la monta¤a vive, ya, dentro de m¡".

Voces en la cumbre (IV)

Siete mexicanos en la cumbre

La fábrica de relatos...

PEDRO DIAZ G. / IV

Es 23 de mayo de 1997.

Mexicanos en el Everest.

Hab¡a llegado el d¡a. El mal clima imped¡a a los escaladores el ascenso a la cumbre. Por fin se pudo
hacer el ataque.

Viene de regreso de la cima Andr‚s Delgado.

Encuentra a Hugo Rodr¡guez en problemas; y le entrega una botella de ox¡geno, la £nica y con la que
pensaba realizar su propio descenso.

--¨Por qu‚, Andr‚s?

No se inmuta el joven alpinista ahora sentado en el mullido sill¢n de su departamento en la Del Valle,
donde descansan, en un extremo, las chamarras y parte del equipo de monta¤ismo que le acompa¤¢ en
la odisea.

--...Porque as¡ me educaron.

--¨Tan sencillo?

--Me dije: es mi amigo, hemos escalado juntos en muchas ocasiones. Yo ya hice cumbre y ‚l no. Y en
las circunstancias de la monta¤a aquello era para Hugo el camino ms seguro hacia la muerte.

No pens¢ Andr‚s en la propia y baj¢ al siguiente campamento en condiciones extremas.

Ambos se abrazar¡an ms tarde cuando la meta com£n hab¡a sido cumplida.

El Everest es blanca caja mgica, fbrica de relatos.

Uno, otro, muchos ms:

Solidaridad busc¢ despu‚s Andr‚s para rescatar a Hugo. Dif¡cil, en tiempos en los que la £nica
premisa urgente es el pr¢ximo latido de tu coraz¢n.

--As¡ me educaron --dice--. Con la certeza que la amistad y colaboraci¢n son lo primero. Se lo debo a
mis padres.

Andr‚s Delgado viaj¢ hasta el Himalaya en mayo de 1996.

Le acompa¤aba, entre otros, H‚ctor Ponce de Le¢n.

Tuvo que ser rescatado el joven alpinista: a mucha altura Andr‚s comenz¢ a sentirse mal y dej¢ la
monta¤a con congelamiento en los p¡es, prometiendo regresar.

Lo hizo.

H‚ctor Ponce de Le¢n vive desde hace dos meses y medio en Espa¤a. La raz¢n: busca titularse como
gu¡a profesional.

Las tardes lejos de los albos senderos, de los recovecos, de las grietas, de las peligrosas aristas y de
todas las imperfecciones que hacen de la monta¤a un hermoso lugar, las pasa en Madrid.

H‚ctor Ponce escribi¢, una semana despu‚s de lograr la cima de la Monta¤a Sagrada: 24 de mayo de
1996:

"Me encuentro tratando de poner en perspectiva lo ocurrido en el Everest. ¨C¢mo hacer compatible lo
bueno con lo malo?

"Las once muertes que ocurrieron esta temporada parecen opacar cualquier logro. ¨C¢mo pudo ocurrir
una tragedia de tal magnitud? ¨Con un saldo as¡ esta obsesi¢n por escalar el Everest no llega a ser casi
enfermiza?, ¨vale la pena?"

La monta¤a no hizo concesiones".

Para algunos.

Mal clima desde principios de mayo a pesar de que diversos grupos de monta¤istas trataban de, para el
d¡a diez, iniciar el £ltimo ascenso.

--...A otros la monta¤a nos dio d¡as inmejorables. Habr quien diga que no se trata de suerte sino de
paciencia, de tener el juicio y la experiencia para decidir el momento adecuado para el ataque final. No
lo s‚, acaso ambas cosas.

"Mi esfuerzo mental por tratar de cerrar este c¡rculo de vida-muerte-cumbre-monta¤as es por ahora
in£til. Recuerdo una cita del extraordinario monta¤ista ingl‚s Don Whillans: 'Las monta¤as siempre van
a estar ah¡, no se van a mover. El chiste es que t£ tambi‚n est‚s ah¡'..."

"La noche del 22 al 23 sal¡ como a las diez y media del Collado Sur --recuerda Andr‚s Delgado--
acompa¤ado de Ang Tezing Lama, un sherpa sensacional. No s‚ a qu‚ hora sali¢ Hugo, supongo que
ms o menos igual que nosotros. Yo iba sin ox¡geno, en mi propio rollo, muy concentrado. Como a
las tres de la ma¤ana empez¢ a hacer un fr¡o terrible. Me rebasaron los compa¤eros de Hugo: Eric y
Mark. Pregunt‚ por ‚l y respondieron: 'va adelante'.

"A los 8 mil 400 metros me sent¡ muy mal. Avanzaba cada vez ms lentamente y todos se me
adelantaban. Sent¡ cosas muy raras; perd¡ un poco la noci¢n de la realidad; me di cuenta de mis
limitaciones. Dije ­basta! y me puse una botella de ox¡geno. Aceler‚. Antes necesitaba de hasta 24
respiraciones por cada paso. As¡, s¢lo seis.

"Llegu‚ a la cumbre sur. Ah¡ estaba el grupo de Adventure Consultans de Dave Breashers, que ya
hab¡a logrado la cima. Segu¡ con la idea de que me iba a encontrar con Hugo en alg£n punto. Pens‚
que estar¡a esperndome en la cumbre para tomarse una foto conmigo.

No.

"Llegu‚ a la cima junto con Mark y Eric. Estuve casi una hora all y nada de Hugo. Hac¡a mucho viento
y fr¡o. Tenzing estaba muy angustiado; me insisti¢ en que ya deb¡amos bajar. Cruzamos el paso Hillary
y al llegar a la cumbre Sur vi a alguien con un traje North Face rojo. Era ‚l. Discut¡a con un sherpa. Iba
hacia la cumbre, me salud¢: 'qu‚ gusto verte'. Parec¡a l£cido. Detrs s¢lo quedaban cuatro malasios
con sus sherpas pues los dems ya hab¡an hecho cumbre.

La discusi¢n era por continuar o no el trayecto. El tanque de ox¡geno de Hugo Rodr¡guez marcaba
apenas el 10, o sea, muy poco. Apenas para unos minutos. Su sherpa le alertaba no seguir
ascendiendo.

Aquella botella que guard¢ Andr‚s para su propio descenso ten¡a a£n el 95 por ciento. Y era su seguro
de viajero hacia el Campamento Cuatro.

--En un arrebato pens‚ "caray, es mi cuate; sin ox¡geno no creo que la haga". Le dije: "toma mi
botella". El se me qued¢ viendo muy fijamente y me dijo que jams iba a poder pagarme ese gesto; en
cuanto tom¢ el ox¡geno nos dimos la vuelta y seguimos cada quien por su camino.

Tenzing, conocedor de lo que implicaba tal acci¢n, no pudo sino decir:

--...­Eres un est£pido!, ­Eso no se hace!

H‚ctor Ponce espera su titulaci¢n como gu¡a en Europa. Y para ello toma cursos intensivos de
escalada y monta¤ismo en una sierra cercana a Barcelona.

Cuenta:

"El haber estado en la cumbre fue algo inenarrable. Primero que nada porque fuimos los primeros en
subirla por el lado norte, el chino, la arista noreste. Y porque fue un a¤o muy duro: 13 muertes en la
monta¤a. Tres del otro lado, cuatro del que estbamos, y en fin, un a¤o en el que parec¡a que no
habr¡a posibilidades reales de hacer la cumbre. Lleg¢ el 20 de mayo. Duro, dif¡cil, el clima. Muchas
expediciones abandonaron, dejaron el base, y nosotros aguantamos hasta el final y lo pudimos intentar
hasta la £ltima oportunidad, porque hab¡a que irse de ah¡ cuanto antes. Andr‚s Delgado se sent¡a mal a
mucha altura; tuvimos que ayudarle a bajar y eso fue lo importante: que el haya bajado bien. El intent¢
hacer la cumbre el 10 de mayo, el d¡a que ms malo estuvo el clima. Por lo mismo murieron siete
personas en unas cuantas horas, por lo duro que estaba el viento, condiciones de huracn.

"Eso le rest¢ tantas fuerzas que qued¢ parado en el campamento dos, y ya no pudo seguir
descendiendo pues ya no ten¡a con qu‚. Yo tuve la sospecha de que estaba mal, a 7 mil 800 metros,
fue as¡ que decid¡ subir. Presentaba fatiga extrema y estaba solo. Lo prepar‚ un poco para el descenso
tratando de hidratarlo lo ms posible, con ox¡geno de unos ingleses que ten¡an una tienda por ah¡
cerca.

"Pudo bajar. Ven¡a gente de nuestra misma expedici¢n, unos italianos, Yuri Contreras, y desde ah¡ se
me hizo ms fcil la cuesti¢n, con la ayuda de varios. Llegamos al base con Andr‚s; ten¡a
congelaciones graves en los pies cuando parti¢ hacia Kathmand£. Yuri y yo nos quedamos a ver si
hab¡a otra posibilidad.

¨D¢nde est Hugo? preguntaba Andr‚s a cuanto alpinista encontraba en el trayecto. Nadie sab¡a nada y
su expedici¢n lo daba por muerto: ya tard¢ demasiado.

Andr‚s no lo cre¡a as¡:

"El a¤o pasado yo estuve cinco noches, a mucha altura, y sobreviv¡ gracias a que alguien subi¢ a
ayudarme".

¨Qu‚ hacer?

¨C¢mo subir por el amigo cuando las fuerzas se han acabado en el descenso y lo £nico que te mueve
es la desesperaci¢n?

De nada serv¡an a Andr‚s las cavilaciones en el Campamento Cuatro. Busc¢ sherpas "frescos" para
que subieran por Hugo; varias expediciones se los negaron. "Vamos a atacar la cumbre", "los que
tenemos estn cansados...", pretextaban.

Empeoraba el clima. Hab¡a que seguir bajando.

--­All!, ­hay alguien all! --grit¢ Tenzing.

Era Hugo.

Tras el rescate, y con lesiones que le imped¡an hacer el regreso solo, Hugo Rodr¡guez tuvo que ser
auxiliado por algunos miembros del grupo de Andr‚s.

De pronto Hugo cay¢ en una grieta. Al asomarse le vieron sonre¡r. Dos canadienses, Jason y Jamie,
Tenzing y Andr‚s tuvieron que sacarlo. El congelamiento de sus manos era enorme pero su rostro
indicaba todo lo contrario.

"Hugo se re¡a --dice Andr‚s--. Estaba de muy buen humor. Los canadienses lo sacaron mientras
nosotros sosten¡amos la cuerda. Lleg¢ al base con muy buen esp¡ritu..."

H‚ctor Ponce:

"Hicimos cumbre Yuri y yo ese 24 de mayo, como a la 1.45 de la tarde. Y estando all te acuerdas de
muchas cosas; pensaba: empec‚ a hacer monta¤ismo a los 10 a¤os, el Popo por primera vez. ­Y 19
a¤os ms tarde estaba en la cima en el Everest! No s‚, haces una recopilaci¢n de 19 a¤os, de tantos
sitios, tantas cordilleras, Record‚ a un amigo alpinista, Adrin Ben¡tez, muerto cuatro a¤os atrs en el
K2, me acord‚ de Andr‚s cuando subimos la pared Sur del Aconcagua. Todo se viene en un instante,
todo concuerda y adquiere sentido.

"Hab¡a sido un largo camino para llegar hasta ah¡. Y se me fue el tiempo en un instante. Piensas en tu
familia, pens‚ en mi esposa. Pero despu‚s de la euforia, la raz¢n: sabes que ests ah¡, pero siempre
tienes el temor del descenso: bajar con vida. Yuri me felicit¢. Le dije: nos abrazaremos en el
Campamento Base. No antes. Y s¡, el descenso fue tan concentrado que pronto pas¢ el tiempo y ya
estbamos en nuestro campamento.

"Despu‚s de tanto sacrificio lo hice. Me la deb¡a. por otro lado, me dije: conclu¡ algo, una etapa de mi
vida como monta¤ista. Y trato de no explotar mi ascenso. Fue bonito, pero tambi‚n triste. Como
cualquier sue¤o: empiezas a preguntarte si es ms bonita la etapa del deseo o la del logro, pero se
complementan. Yo hab¡a visto muchas fotos de la gente en la cumbre y me parec¡a que no se paraban
en el pinculo, sino dos o tres metros ms abajo, como si fuera una cornisa. En nuestro caso nos toc¢
pararnos en el punto ms alto de esta cornisa de la que te estoy hablando. Sobre la punta.

"Recorrer los £ltimos 50 metros hacia la cumbre fue el momento verdaderamente mgico de ese d¡a.
En mi mente desfilaron muchas imgenes y en mi coraz¢n sent¡ una intensa emoci¢n. A las 14.30 de
ese 24 de mayo no pude subir ms: la monta¤a se hab¡a acabado. Me abrac‚ con Yuri y comenc‚ a
contemplar el paisaje ms incre¡ble que hubiera visto jams. El descenso lo hicimos con mucha
precauci¢n y no tuvimos problema alguno. Yo llegu‚ a la tienda con el £ltimo litro de ox¡geno. Esa
noche, mientras fund¡amos nieve apenas pod¡amos mantener los ojos abiertos. No importaba.
Estbamos felices..."

Voces en la Cumbre (V)

Siete voces en la cumbre

La temible Cascada de Hielo

PEDRO DIAZ G./ V y £ltima

Hugo Rodr¡guez es hombre de retos extremos.

Del marat¢n Guadalupano al Canal

de la Mancha, como nadador.

Del Aconcagua, al Everest en su fase monta¤ista.

Termin¢ haciendo un vivac, pernoctando en La Monta¤a, sin tienda y sin sleeping bag a 8 mil 500
metros.

Una noche en El Everest; frgil. Vulnerable. A la deriva.

Su homenaje, despu‚s de la experiencia, es para los sherpas.

Catorce llevaba la expedici¢n para once alpinistas. Cocineros, un sacerdote y ayudantes de cocina.
Otros de monta¤a. Seis de Cumbre.

"Son gente humilde que no ha sido reconocida ni en su pa¡s, quiz porque se les ve ms por el servicio
que prestan, ni en el extranjero, pues todo el mundo recuerda al alpinista pero muy pocos al sherpa.
Son gente que, sobre todo, se sube a tu proyecto y es capaz de ofrendar su vida por la tuya. Sin ellos,
que leen la monta¤a y sus constantes movimientos en la Cascada de Hielo, entre otras cosas, subir a la
cima ser¡a ms complicado. Acaso imposible".

22 de mayo de 1997.

En el Campamento Cuatro Hugo Rodr¡guez sufri¢ temperatura por la tarde y quer¡a salir esa misma
noche: una infecci¢n en la garganta. No fue obstculo, pero el paso pronto disminuy¢ y lleg¢ tarde a la
cumbre.

"Fue ah¡ el encuentro con Andr‚s Delgado. Se me hab¡a acabado el ox¡geno y me cedi¢ el suyo. Baj¢.
Eso fue en la Cumbre Sur. Llegu‚ a la cima a las dos de la tarde con doce minutos. Y lo ideal es estar
antes del mediod¡a. El descenso fue tremendo; todo se complic¢, no s¢lo por mis condiciones sino
porque hab¡a hecho 15 horas en ascenso y tuve una fuerte perdida de energ¡a; no pude tomar l¡quidos
con az£cares sino s¢lo agua hervida, sin carbohidratos ni electrolitos ni nada. Y perd¡ la energ¡a.
Qued‚ exhausto 70 metros bajo la cumbre.

"Horas despu‚s, como a las cinco, me reincorpor‚. Termin‚ de bajar la arista y al ver que se hac¡a de
noche decid¡ quedarme a dormir en la monta¤a. Como no baj‚ pensaron lo peor. Andr‚s me explica
que sugiri¢ hacer un grupo de rescate. No se pudieron organizar, la gente estaba muy cansada. Un
ascenso es muy desgastante, sobre todo en el intento a la cumbre. Me ayud¢ mucho para bajar en la
Cascada pues ten¡a las manos, como ahora, quemadas por congelamiento".

Tuvo Hugo que quitarse los guantes varias veces, acaso cinco y no ms de dos minutos para que en
sus dedos iniciara el irreversible proceso que los ha dejado morados, carcomidos. Ver la hora, tomar
algunos l¡quidos y cosas tan simples fueron suficientes para que aquella noche de vivac culminara en la
imposibilidad de hacer un rapel, de sostener siquiera el piolet.

Caer¡a Hugo a una grieta. Sonreir¡a.

-¨Por qu‚?

-Yo creo que ven¡amos muy contentos los dos. Yo estaba contento por ‚l. Lo conoc¡ hace dos a¤os y
segu¡ su intento del a¤o pasado. Las situaciones a las que se enfrent¢ fueron muy dif¡ciles, y ahora que
regres¢, la verdad su cima es algo merecid¡simo porque trabaj¢ muy bien en la monta¤a. Sac¢ todo el
provecho a su experiencia. Ven¡amos contentos. Hab¡amos hecho cumbre, ­estbamos vivos!,
­estbamos juntos!... Qu‚ te importa entonces caerte en una grieta. Si finalmente ests asegurado con
cuerdas y, adems, no es una sensaci¢n desagradable.

Del Everest miles de l¡neas han sido escritas.

De V¡ctor Ostroswski, las siguientes:

"Despu‚s de tantos a¤os de experiencia considero que el pleno ‚xito de una expedici¢n depende no
s¢lo de su cuidadosa preparaci¢n, del material utilizado y de la ejecuci¢n, sino tambi‚n de otro factor
fundamental y de primer orden: el sentimiento de amistad que debe unir a los participantes. Es lo que
los andinistas llaman con una denominaci¢n aparentemente rara: 'la hermandad de la cuerda'..."

Existe, as¡ lo demuestran estos hombres que se cuidan unos a otros.

Pero s¢lo all, en las n¡veas alturas.

-Es una lstima -dir Yuri Contreras del alpinismo a la mexicana-: tan poquitos y tan distanciados.

¨Qui‚n mejor para ilustrarnos el Everest que quienes ah¡ han estado? Dos citas: de John Hunt (La
ascensi¢n al Everest, Editorial Juventud, Barcelona 1953) y de Peter Habeler (Victoria en solitario,
Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1981).

"El suelo del Circo est cubierto por una capa de hielo, probablemente de ms de 100 metros de
espesor. Esta capa, origen del glaciar Khumb£, despu‚s de seguir un curso con suave pendiente
durante unos 5 kil¢metros, se precipita bruscamente por un inmenso precipicio de ms de 600 metros
de altura. Luego, habiendo descendido hasta unos 5 mil 300 metros del glaciar tuerce a la izquierda en
ngulo de 90 grados y, nivelndose, fluye gradualmente hacia su desembocadura, a unos 13 kil¢metros
ms abajo. Este escal¢n, o "Cascada de Hielo" forma la salida del Circo Occidental, presentando un
formidable problema al monta¤ista que trata de llegar a su interior y pasar ms all. Una cascada de
hielo es una catarata congelada, a menudo de tama¤o gigantesco, y la "Cascada de Hielo" del Khumb£
es realmente un monstruo en su g‚nero. Deslizndose sobre el profundo lecho de roca, la superficie del
glaciar, hendida y torturada, se convierte en un laberinto de sismas y bloques de hielo vacilantes y
ca¡dos. Se halla en estado de constante actividad y variaci¢n, porque el movimiento del hielo del
Himalaya es generalmente mucho ms pronunciado que, por ejemplo, el de nuestros Alpes europeos.
De la noche a la ma¤ana aparecen grietas en una superficie unida hasta entonces, y se ensanchan o
cierran con alarmante rapidez. Grandes masas de hielo, de muchas toneladas de peso, colocadas en
precario equilibrio sobre el vac¡o, se precipitan en un momento hacia abajo, arrasndolo todo a su
paso y sembrando las laderas de grandes bloques de hielo. A pesar de haber sido superado por el
grupo de Shipton en 1951 y dos veces por los suizos en 1952, era, evidentemente, un obstculo muy
serio, cuya naturaleza pod¡a esperarse que hubiese cambiado hasta desfigurarlo totalmente cuando
llegamos a ‚l en 1953".

Habeler tiene su propia visi¢n. Esta:

"Es una verdadera trampa mortal. Su aspecto es de lo ms hermoso e impresionante: enormes masas
de hielo azules y blancas se amontonan hacia lo alto. El sol refleja en las superficies resplandecientes y
produce un intenso colorido de rojos, verdes y amarillos. Pero esta belleza es traidora. El hielo es
escabroso y tiene un aspecto fantstico. Est quebrado en todas direcciones y planos, y lo atraviesan
peligrosas grietas que a veces parece que se abren y se cierran estrepitosamente por s¡ solas. Altas
torres de hielo, los seracs, aparentemente estables, se derrumban sin previo aviso. Quien est all¡ o
pasa por abajo est perdido".

Son siete. Y transmiten, a su llegada, historias que hablan de agrestes monta¤as, de Techo-del-Mundo,
de f‚rreas voluntades. Siguen lo dicho por Confucio: Nuestra mayor gloria no consiste en no caer
nunca, sino en levantarnos siempre, despu‚s de haber ca¡do.

Recuerdan a Ralph Waldo Emerson: Nada grande ha sido conquistado alguna vez sin el entusiasmo.

Dicen al mundo que cada uno en el planeta tiene su propio Everest, que es la vida cotidiana. Y que
tambi‚n hay que escalarlo.

Viven.

Ricardo Torres Nava asesora gente pr¢xima a escalar la monta¤a y disfruta del encanto de quien llama
"mi monta¤a ms preciada", su compa¤era de vida, Flor Berenguer.

A Carlos Carsolio el tiempo se le va dise¤ando cursos de motivaci¢n al lado de su esposa Elsa.
Cientos son los que siguen sus ense¤anzas.

Alfonso de la Parra combina las expediciones con lo suyo: hacer m£sica clsica. La escribe, la presenta
a un grupo de amigos y esos conciertos se van al ba£l de las metas concluidas. Piensa en el Ama
Dablang.

Yuri Contreras ha perdido la punta de dos dedos pero no la sonrisa. Y entre operaciones en el Hospital
Angeles y visitas a patrocinadores transcurre su vida. Sue¤a con regresar al Himalaya en unos d¡as.

H‚ctor Ponce narra sus aventuras con tono ahora espa¤ol, en Madrid, y avanza en su afn por
convertirse en gu¡a especializado para Latinoam‚rica.

Andr‚s Delgado contin£a en la b£squeda de amigos que le acompa¤en en la eterna aventura del
monta¤ismo y escribe mientras se hacen realidad sus fantas¡as.

Hugo Rodr¡guez, manos carcomidas, disfruta de la ense¤anza de la monta¤a con mucho trabajo en su
oficina de la Secretar¡a de Comunicaciones y Transportes.

El Everest. Siete. Mexicanos. S¢lo siete.

La monta¤a, dice Hugo, es como un catalizador que te ayuda a entender de manera ms pronta el
significado de la vida. De ese sitio en el que el planeta, todo, se rinde al alpinista, cuenta:

-Es impresionante cada paso que das cuando vas a llegar a la cumbre. Cuando sabes que vas a llegar.
Primero viene el sentimiento f¡sico: ya estoy aqu¡. El cansancio es evidente y ver la cumbre es un alivio.
Supones el descenso pero no le haces mucho caso, es reto que vas posponiendo. Pero la sensaci¢n de
satisfacci¢n cuando llegas, el orgullo cuando sacas la bandera de tu pa¡s. El sentimiento de
agradecimiento con la gente que te tuvo confianza... Sacas los logotipos de quienes te apoyaron. Eso y
pensar todo lo que hubo antes crea un estado de nimo simplemente excelso, en el que te rasgas las
venas y sientes c¢mo se te contrae el alma. Y el ver ese panorama en el que a tu alrededor ves picos y
picos y picos muy abajo del lugar en donde ests. Y las nubes tambi‚n casi como si estuvieras viendo
la alfombra de tu casa es algo sublime. Para no olvidarse jams.

* * * *

Hay quien no tiene plena comuni¢n con la idea del monta¤ismo y lo acusa de insensatez extrema. Se le
califica tambi‚n como La Conquista del Absurdo, aunque muchos se maravillan con el s¢lo imaginar
estar ah¡.

Habr, tambi‚n, quienes crean que Everest bien podr¡a significar Eve-Rest: Eva-descansa. Y
relacionarán a la montaña con una mujer. Y pensarn en la eterna conquista de la mujer. Tambi‚n
sagrada.

No hay duda, es, El Everest, realidad exclusiva de unos cuantos.

Ellos.

Siete. Y los que vienen.

Algunos han preferido editar sus pensamientos.

Otros plasman su filosof¡a en la red.

(http://vitalsoft.org.org.mx/mja/everest.97)

Uno a uno posee su estilo para describir su propia conquista en historias de nunca acabar pues uno a
uno poseen Su Everest. Su Monta¤a.

Que hablen.

Y que nunca terminen esos relatos dignos para ser contados con el estilo insuperable de los viejos,
Grandes Narradores de Aventuras.

El azoro infinito


Todo puede suceder;
todo sucede...



Pedro Díaz G. /Enviado

Las Vegas, 12 de noviembre.- Su nombre podría significar progreso. Desarrollo. Evolución. Un siglo tiene apenas esta ciudad en la que, aseguran quienes viven aquí, todo lo hay: hoteles inimaginables, tiendas de souvenirs, sexo a domicilio, discotecas, vida nocturna, incesante trajinar, tráfico vehicular; dinero.
Y nada la detiene.
El secreto de Las Vegas radica, principalmente, en las leyes del estado, que permiten sin pudor cualquier tipo de apuesta por ingeniosa y ocurrente que sea.
Todo se vale en el afán permanente de vencer al otro en esta interesante lucha, llamada por los mismos propietarios de las grandes cadenas hoteleras, “la pelea del siglo”: esa que enfrenta a la capacidad imaginativa de sus ejecutivos y diseñadores.
Casi enfrente del nuevo Bellagio, Aladdin, aquel tradicional resort, no existe más. Su lugar lo ocupan, por el momento, grandes mantas con publicidad del hotel que próximamente reabrirá sus puertas con un nuevo concepto (“dos noches gratis, por inauguración, infórmese”). Pero ahora, nada hay, ni un solo piso siquiera que permita ver en qué momento va la obra.
No importa.
Porque imagen recurrente es, entonces, ver por toda la ciudad enormes grúas, plumas de construcción que casi religiosamente acomodan cada pieza de lo que serán los nuevos destinos del turismo, en poco, muy poco tiempo.
¿Tráfico?
La solución viene pronto.
Ya se piensa en un segundo piso.
Las Vegas es diversión, entretenimiento, fascinación.
Pero también cultura: una docena de museos cumplen los anhelos de sus visitantes y tan sólo el Las Vegas Art Museum, inaugurado en 1997 posee una librería cuyo costo se calculó en 20 millones de dólares; el complejo todo es una de las más avanzadas obras maestras de la arquitectura.
¿Volar?
En el número 200 de la calle Convention center un túnel de viento con ráfagas de 190 kilómetros por hora permiten que el turista flote como si saltase en paracaídas (descuento a los Very Important People).
Es Las Vegas un gran oasis enmedio del desierto, en donde todo puede suceder. Todo sucede.
Es la ciudad del azoro infinito.

* * *
La vida no se detiene.
Bellagio y su inversión de 1.6 billones de dólares ha causado tal expectación que nunca antes en la historia el New York Times había enviado a cobertura alguna en su tipo a su equipo de los seis mejores periodistas para que describiesen cada rincón, cuidadosamente detallado de este hotel que, por lo elevado de sus tarifas, por supuesto, le brindan un poco más de status al visitante. Shows como el Cirque du Solei se contagian de la fastuosidad, y como producirlos tiene un elevado costo (90 millones de dólares, el precio de la producción) la entrada, oh Dios, asciende a 100 dólares por persona. Chefs especializados, diseños exclusivos de Chanel, Hermes, Armani...
Calcula el grupo empresarial que las ganancias serán, aproximadamente, de un billón de dólares por año.
¿Qué hacer ante Bellagio, la nueva obra que realizaron los de Mirage Resort (que abrieron el Mirage apenas hace una década)?
Carl Icahn, el propietario del Stratosphere traerá un show australiano que ha sido un éxito: Tap Dogs; ya piensan en remodelar el hotel, hacer más habitaciones, remodelar las áreas de apuestas.
El Mandala Bay que abriría en esta Navidad, ha tenido que aplazar su inauguración para marzo de 1999. Aladdin, donde nada hay ahora salvo las mantas que anuncian que ahí estará, promete su funcionamiento para 1999. Venetian, con 3 mil habitaciones, abre en abril.
Y los de Hilton apuestan al futuro: París Resort, la nueva maravilla, abre en septiembre. Sobre el Las Vegas boulevard, y frente a Bellagio y su lago artificial con fuentes brotantes, se yergue, con peculiar majestuosidad, en apenas su segundo nivel, una fiel copia de la Torre Eiffel.

* * *

Las Vegas.
Hay juego. Tráfico. Sexo para llevar, discotecas que no cierran. Artistas. Magos. Y hasta Michael Jordan, a quien contrataron los de Bally´s, otro de los grandes hoteles, para una singular reunión.
...Y un azoro que no se acaba nunca.


Abril, 1997

Las Vegas a su antojo



Tiritar en el desierto

Ciudades a la medida de su antojo

Pedro Díaz G./Enviado

LAS VEGAS, 11 de noviembre.- El B-757 se desplaza tranquilo por el Oeste de la Unión Americana envuelto en un cielo gris, de escarpadas nubes que por momentos impiden ver más allá de las alas y convierte el viaje en una guerra de desesperaciones, de dedos cruzados, de pastillas para los nervios, de conversaciones ajenas que se vuelven propias cuando ya falta poco para aterrizar en esta ciudad-espejismo en donde el dinero es la única razón para existir.
--Nos informan que tenemos una temperatura, en Las Vegas, de 45 grados centígrados –anuncia el capitán de la nave.
--Ooooh. Muy soleado. ¡Qué bien!.. –repetirán algunos que se despojan ya de las chamarras.
Les informan mal.
Cuando el avión está por tocar el suelo se nota que ha llovido.
Desde muy temprano la ciudad despierta húmeda y nostálgica.
No es la misma.
Caminan sin cesar sus visitantes en esta tarde de brazos cruzados y ropa térmica pues el frío del desierto aprovecha cualquier recoveco para introducirse y hacer tiritar a cada uno, ya en bicicleta cruzando a toda velocidad el Las Vegas Boulevard; ya visitando cada uno de los casinos, en este singular escenario de hoteles en un mundo en el que todas las fantasías se han hecho posibles.
Aquí, ciudades a la medida de su antojo.
Porque si el viaje añora los rascacielos de la Gran Manzana, el hospedaje puede ser en esa suerte de ciudad que se yergue en la esquina con Tropicana Strett: sus puentes, la estatua de la libertad; los roller coasters y cada detalle de sus cinco barrios: Manhattan, Brooklin, Bronx, Queens y Staten Island que estarán representados a escala en un ambiente que engaña a los sentidos haciéndoles creer que de verdad se transita por los trazados irregulares de aquella lejana ciudad en los linderos del Atlántico.
Si la nostalgia, en cambio, llama a aventuras en el pasado, Egipto está aquí. Es, el hotel Luxor, copia fiel de la pirámide de Keops realizada a base de oscuros cristales a los que resguarda una réplica de las esfinges----------.
Si lo que se busca es una regresión a la época medieval, la solución se llama Excalibur y ahí modernos Reyes Arturo le mostrarán cómo se pasaba las tardes en fantásticas batallas a caballo, en este enorme castillo de colores fluorescentes y altas torres.
La fiesta está presente en las discotecas y salones de Río, por si sus deseos eran viajar a Brasil, y Río de Janeiro, con sus mujeres de altos peinados con flores y frutas le harán sentirse en Sudamérica (se presenta, además, hasta abril 15 de 1999, la colección Tesoros de Rusia, del museo de San Petersburgo, la mas grande que ha llegado del otro lado de la cortina hasta suelo estadounidense)
Vea a los magos. Lance Burton; Sigmund y Roy y sus tigres blancos que arriban en limusina al escenario, en el Mirage; escuche cantar a Johhny Mathis, y ría con él también comediante; ¿The Smothers Brothers, the Everly Brothers, The Rigthteous Brothers y Willie Nelson?, están también en esta ciudad para llevar llamada Hotel The Orleans, réplica, exacto, de cada edificio en Bourbon Strett, de cada terraza afrancesada que hasta aquí ha llegado.
Islas del Tesoro, pantallas Imax como en ningún sitio en el mundo...
Y, ahora, la sensación: Bellagio. Nada más un hotel con la consigna: el-más-fastuoso-que-se-ha-construido-en-toda-la-historia-de-la-humanidad, con apenas dos meses desde su apertura. Bellagio: su realización se calculó en 1.6 billones de dólares que no incluyen los 300 millones de dólares que se han gastado en las obras maestras que le decoran, entre otros, cuadros de Van Gogh, Monet, Cézanne, Picasso...
O tome un helicóptero y marche a admirar el Gran Cañón, aquí, muy cerca.
Coma en El alacrán de Durango, uno de los tantos restaurantes de comida mexicana que “ya empiezan a hacer ruido” en Las Vegas. Y hable de boxeo con sus amigos, al calor del “qué tal, compadre”. Escuche a los comensales disertando sobre la pelea que nos espera. Y atreva, como ellos, el comentario:
--...Va a ganar Ricardo. Tiene qué. Sólo para demostrar que el mexicano, nunca, pero nunca se raja.
Las Vegas.
Elija su ciudad de bolsillo.
¡Y apueste!
Traiga dólares. Muchos. Los necesitará.

La muerte visita Dulce Olivia


La muerte, de visita en Dulce Olivia...

Varias décadas tiene ya la tradición de las ofrendas en la Casa Fuerte de El Indio Fernández. Detalles, historias, nostalgias y añoranzas que este rito ancestral —irónico—, nos reviven nuestros muertos

Pedro Díaz G.

Algo más que jacarandas y colorines se cultiva en Zaragoza y Dulce Olivia, en la Casa Fuerte de El Indio Fernández: más que el arte, la creación —cine, literatura, música, amistad...—; es, además, el culto a los muertos que, en este caso, andan sueltos en cada detalle para ellos colocado sobre esta gran ofrenda que atraviesa pasillos, fuentes, alberca, escalinatas, patios, terrazas, arcos y laberínticos corredores.
(Todo se vuelve símbolos, señales, advertencias, lenguaje difícil de decifrar. Hay un sentimiento mágico en todo esto, de carácter sobrenatural, fuerzas ocultas, energías incontrolables).
La muerte —el innegable recuerdo de los muertos— ronda la casa. Adela Fernández llega del centro comercial y del taxi emergen un sinfín de bolsas en las que, una sobre otra, aparece un estuche de cuchillos, sin cuchillos. “Ya los volvieron a esconder”. Este año, al parecer, en el ritual de otra de Las Ofrendas de Adela, las ánimas desean lejos a las armas. “Ayer precisamente los compramos y desaparecieron cuchillos y tijeras junto con un carrito olvidado a las afueras del supermercado”.
—¿Por qué una ofrenda?; pero más allá, ¿por qué todos los años y cada vez con mayor entrega?
Hija de Emilio Fernández, Adela enciende un cigarrillo. Dispone de poco tiempo porque aún hay pendientes por hacer. Sus ayudantes: un pequeño ejército de amigos y sirvientes amigos, se mueve con sigilo colocando cada pieza en su sitio, confeccionado flores, ornamentando altares; recortando papelitos, evocando fantasías.
—El culto a los nuestros se basa en el miedo a la muerte y en una gratitud y reconocimiento, acaso tardío, a los progenitores, a tus antepasados; en una necesidad de trascender, de no creer que todo se acaba con el morir. Qué cariñosos, dirán: culto a sus muertos. No. Esto nos lleva al, escucha: cultivo de la permanencia significativa de los que ya se fueron. Es decir, a un acto de generosidad. De bondad.
(A mi hija Atenea le gusta trabajar de noche, prácticamente nos corre para poderse quedar en soledad. Dice que los ayudantes le “cortamos el aire”. Y sola ha movido los enormes muebles de ébano para adaptar y mejorar los espacios de la casona) —...No me atrevo a afirmar que la ofrenda les sirve a los muertos para crecer espiritualmente y para resolver sus lazos con la tierra; podríamos dudarlo. Pero estoy segura de que a los vivos nos hace mucho bien rendirles culto. Darles el reconocimiento; hacer palpable su presencia en nuestras vidas.
De noche. Las veladoras consumiéndose y labrando caprichosas formas sobre los altares; creando un lenguaje de símbolos que interpretarán los “lectores de altares”; emanando aromas de inciensos, pabilos, cempasúchil. De noche.
(La tarea de “los guardianes de las luces” es ardua y cansada, sobre todo porque nosotros dejamos encendida la ofrenda por varios días. A mi hijo Emilio Quetzalcoatl le corresponde esta responsabilidad y por horas se dedica a deambular cuidando de las velas, prendiendo las que se han apagado, enderezando las torcidas y prendiendo nuevas veladoras para sustituir aquellas que se consumen rápidamente. Emilio se devela y por fortuna cuenta con amigos que lo relevan para que pueda comer y dormir medias horas) Cada muerto ya tiene su altar, expresa Adela Fernández al abrir las puertas de su casa, no sólo al reportero sino a quien desee visitarla este fin de semana y, acaso, toda la entrante. Sus muertos: abuelos paternos —Emilio Fernández y Sara Romo—, maternos —Asela Iduate y Pablo Fernández— el tío Fortunato, “a quien mi padre admiró tanto”, los tíos, actores, Fernando, Agustín y Rogelio, la madre de crianza de el Indio, Eloisa Fernández, Emilio, Jacaranda, Lolita del Río, Lupita Gallardo, Manuel Parra, Carlos Riquelme, Frida y Diego, el griego, padre de Atenea, Dionisius Magules, Pita Amor...
La foto de Riquelme se mueve de un sitio a otro sin aparente razón alguna. A Pita Amor no le gustan sus adornos de dorado papel y alguien, por azar, los mueve de su altar. “Quiere oro. Pita quiere oro”, festeja Adela y se va a nuevas encomiendas.
(La foto de mi abuela paterna, Sara Romo, termina embarrada de dulce, ya de merengue, ya de calabaza en tacha o de chocolate o con las charamuscas derretidas encima. Cada año limpiamos muy bien su foto, pero invariablemente vuelve a “endulzarse”. Por su azucarada terquedad le apodamos, cariñosamente, “abuelita melaza”). —Esta tradición es reconfortante, libera angustias, libera deudas emocionales; acerca a la familia y acrecenta a los amigos.
La casa es, en sí, una ofrenda.
El Fuerte: construido por Manuel Parra, levantó muros altos, de vigoroso espesor y aunque impera el grisáceo de la lava, en época de lluvias se matizan con el verde del musgo. Desde afuera se miran impenetrables, agresivos, tajantes; desde el interior se sienten protectores y se suavizan con una larga arquería y algunos descansos de piedra que los indígenas llaman “asientos de Tezcatlipoca”; como adorno, en sitios estratégicos, sobresalen unas ruedas de cantera, agujereadas al centro, a semejanza de las que se usaban en el sagrado juego de pelota. En una lastra labrada se lee: La Fortaleza del Indio Fernández.
—Ayer apenas una de las señoras que nos ayuda trajo pan. De pequeña, cuando mi padre se enojaba conmigo, dejaba de hablarme por horas. Yo salía a la panadería y le compraba un “beso”, esa pieza que acomodaba por la noche junto a su vaso de leche. Eso me garantizaba el perdón. Ayer, al sacar un “beso” de la bolsa, no me lo comí. Fui a depositarlo en la ofrenda de mi padre.
(Un chupamirto entró a la casa y anduvo volando en el altar de Gladys Fernández, mi madre, y se dejó atrapar con facilidad, cosa extraña; lo salvamos de las velas y fue devuelto a la libertad. Para nosotros eso es símbolo de amor).




Noviembre, 2001