Crónicas inevitables

Sunday, May 28, 2006

Voces en la Cumbre (V)

Siete voces en la cumbre

La temible Cascada de Hielo

PEDRO DIAZ G./ V y £ltima

Hugo Rodr¡guez es hombre de retos extremos.

Del marat¢n Guadalupano al Canal

de la Mancha, como nadador.

Del Aconcagua, al Everest en su fase monta¤ista.

Termin¢ haciendo un vivac, pernoctando en La Monta¤a, sin tienda y sin sleeping bag a 8 mil 500
metros.

Una noche en El Everest; frgil. Vulnerable. A la deriva.

Su homenaje, despu‚s de la experiencia, es para los sherpas.

Catorce llevaba la expedici¢n para once alpinistas. Cocineros, un sacerdote y ayudantes de cocina.
Otros de monta¤a. Seis de Cumbre.

"Son gente humilde que no ha sido reconocida ni en su pa¡s, quiz porque se les ve ms por el servicio
que prestan, ni en el extranjero, pues todo el mundo recuerda al alpinista pero muy pocos al sherpa.
Son gente que, sobre todo, se sube a tu proyecto y es capaz de ofrendar su vida por la tuya. Sin ellos,
que leen la monta¤a y sus constantes movimientos en la Cascada de Hielo, entre otras cosas, subir a la
cima ser¡a ms complicado. Acaso imposible".

22 de mayo de 1997.

En el Campamento Cuatro Hugo Rodr¡guez sufri¢ temperatura por la tarde y quer¡a salir esa misma
noche: una infecci¢n en la garganta. No fue obstculo, pero el paso pronto disminuy¢ y lleg¢ tarde a la
cumbre.

"Fue ah¡ el encuentro con Andr‚s Delgado. Se me hab¡a acabado el ox¡geno y me cedi¢ el suyo. Baj¢.
Eso fue en la Cumbre Sur. Llegu‚ a la cima a las dos de la tarde con doce minutos. Y lo ideal es estar
antes del mediod¡a. El descenso fue tremendo; todo se complic¢, no s¢lo por mis condiciones sino
porque hab¡a hecho 15 horas en ascenso y tuve una fuerte perdida de energ¡a; no pude tomar l¡quidos
con az£cares sino s¢lo agua hervida, sin carbohidratos ni electrolitos ni nada. Y perd¡ la energ¡a.
Qued‚ exhausto 70 metros bajo la cumbre.

"Horas despu‚s, como a las cinco, me reincorpor‚. Termin‚ de bajar la arista y al ver que se hac¡a de
noche decid¡ quedarme a dormir en la monta¤a. Como no baj‚ pensaron lo peor. Andr‚s me explica
que sugiri¢ hacer un grupo de rescate. No se pudieron organizar, la gente estaba muy cansada. Un
ascenso es muy desgastante, sobre todo en el intento a la cumbre. Me ayud¢ mucho para bajar en la
Cascada pues ten¡a las manos, como ahora, quemadas por congelamiento".

Tuvo Hugo que quitarse los guantes varias veces, acaso cinco y no ms de dos minutos para que en
sus dedos iniciara el irreversible proceso que los ha dejado morados, carcomidos. Ver la hora, tomar
algunos l¡quidos y cosas tan simples fueron suficientes para que aquella noche de vivac culminara en la
imposibilidad de hacer un rapel, de sostener siquiera el piolet.

Caer¡a Hugo a una grieta. Sonreir¡a.

-¨Por qu‚?

-Yo creo que ven¡amos muy contentos los dos. Yo estaba contento por ‚l. Lo conoc¡ hace dos a¤os y
segu¡ su intento del a¤o pasado. Las situaciones a las que se enfrent¢ fueron muy dif¡ciles, y ahora que
regres¢, la verdad su cima es algo merecid¡simo porque trabaj¢ muy bien en la monta¤a. Sac¢ todo el
provecho a su experiencia. Ven¡amos contentos. Hab¡amos hecho cumbre, ­estbamos vivos!,
­estbamos juntos!... Qu‚ te importa entonces caerte en una grieta. Si finalmente ests asegurado con
cuerdas y, adems, no es una sensaci¢n desagradable.

Del Everest miles de l¡neas han sido escritas.

De V¡ctor Ostroswski, las siguientes:

"Despu‚s de tantos a¤os de experiencia considero que el pleno ‚xito de una expedici¢n depende no
s¢lo de su cuidadosa preparaci¢n, del material utilizado y de la ejecuci¢n, sino tambi‚n de otro factor
fundamental y de primer orden: el sentimiento de amistad que debe unir a los participantes. Es lo que
los andinistas llaman con una denominaci¢n aparentemente rara: 'la hermandad de la cuerda'..."

Existe, as¡ lo demuestran estos hombres que se cuidan unos a otros.

Pero s¢lo all, en las n¡veas alturas.

-Es una lstima -dir Yuri Contreras del alpinismo a la mexicana-: tan poquitos y tan distanciados.

¨Qui‚n mejor para ilustrarnos el Everest que quienes ah¡ han estado? Dos citas: de John Hunt (La
ascensi¢n al Everest, Editorial Juventud, Barcelona 1953) y de Peter Habeler (Victoria en solitario,
Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1981).

"El suelo del Circo est cubierto por una capa de hielo, probablemente de ms de 100 metros de
espesor. Esta capa, origen del glaciar Khumb£, despu‚s de seguir un curso con suave pendiente
durante unos 5 kil¢metros, se precipita bruscamente por un inmenso precipicio de ms de 600 metros
de altura. Luego, habiendo descendido hasta unos 5 mil 300 metros del glaciar tuerce a la izquierda en
ngulo de 90 grados y, nivelndose, fluye gradualmente hacia su desembocadura, a unos 13 kil¢metros
ms abajo. Este escal¢n, o "Cascada de Hielo" forma la salida del Circo Occidental, presentando un
formidable problema al monta¤ista que trata de llegar a su interior y pasar ms all. Una cascada de
hielo es una catarata congelada, a menudo de tama¤o gigantesco, y la "Cascada de Hielo" del Khumb£
es realmente un monstruo en su g‚nero. Deslizndose sobre el profundo lecho de roca, la superficie del
glaciar, hendida y torturada, se convierte en un laberinto de sismas y bloques de hielo vacilantes y
ca¡dos. Se halla en estado de constante actividad y variaci¢n, porque el movimiento del hielo del
Himalaya es generalmente mucho ms pronunciado que, por ejemplo, el de nuestros Alpes europeos.
De la noche a la ma¤ana aparecen grietas en una superficie unida hasta entonces, y se ensanchan o
cierran con alarmante rapidez. Grandes masas de hielo, de muchas toneladas de peso, colocadas en
precario equilibrio sobre el vac¡o, se precipitan en un momento hacia abajo, arrasndolo todo a su
paso y sembrando las laderas de grandes bloques de hielo. A pesar de haber sido superado por el
grupo de Shipton en 1951 y dos veces por los suizos en 1952, era, evidentemente, un obstculo muy
serio, cuya naturaleza pod¡a esperarse que hubiese cambiado hasta desfigurarlo totalmente cuando
llegamos a ‚l en 1953".

Habeler tiene su propia visi¢n. Esta:

"Es una verdadera trampa mortal. Su aspecto es de lo ms hermoso e impresionante: enormes masas
de hielo azules y blancas se amontonan hacia lo alto. El sol refleja en las superficies resplandecientes y
produce un intenso colorido de rojos, verdes y amarillos. Pero esta belleza es traidora. El hielo es
escabroso y tiene un aspecto fantstico. Est quebrado en todas direcciones y planos, y lo atraviesan
peligrosas grietas que a veces parece que se abren y se cierran estrepitosamente por s¡ solas. Altas
torres de hielo, los seracs, aparentemente estables, se derrumban sin previo aviso. Quien est all¡ o
pasa por abajo est perdido".

Son siete. Y transmiten, a su llegada, historias que hablan de agrestes monta¤as, de Techo-del-Mundo,
de f‚rreas voluntades. Siguen lo dicho por Confucio: Nuestra mayor gloria no consiste en no caer
nunca, sino en levantarnos siempre, despu‚s de haber ca¡do.

Recuerdan a Ralph Waldo Emerson: Nada grande ha sido conquistado alguna vez sin el entusiasmo.

Dicen al mundo que cada uno en el planeta tiene su propio Everest, que es la vida cotidiana. Y que
tambi‚n hay que escalarlo.

Viven.

Ricardo Torres Nava asesora gente pr¢xima a escalar la monta¤a y disfruta del encanto de quien llama
"mi monta¤a ms preciada", su compa¤era de vida, Flor Berenguer.

A Carlos Carsolio el tiempo se le va dise¤ando cursos de motivaci¢n al lado de su esposa Elsa.
Cientos son los que siguen sus ense¤anzas.

Alfonso de la Parra combina las expediciones con lo suyo: hacer m£sica clsica. La escribe, la presenta
a un grupo de amigos y esos conciertos se van al ba£l de las metas concluidas. Piensa en el Ama
Dablang.

Yuri Contreras ha perdido la punta de dos dedos pero no la sonrisa. Y entre operaciones en el Hospital
Angeles y visitas a patrocinadores transcurre su vida. Sue¤a con regresar al Himalaya en unos d¡as.

H‚ctor Ponce narra sus aventuras con tono ahora espa¤ol, en Madrid, y avanza en su afn por
convertirse en gu¡a especializado para Latinoam‚rica.

Andr‚s Delgado contin£a en la b£squeda de amigos que le acompa¤en en la eterna aventura del
monta¤ismo y escribe mientras se hacen realidad sus fantas¡as.

Hugo Rodr¡guez, manos carcomidas, disfruta de la ense¤anza de la monta¤a con mucho trabajo en su
oficina de la Secretar¡a de Comunicaciones y Transportes.

El Everest. Siete. Mexicanos. S¢lo siete.

La monta¤a, dice Hugo, es como un catalizador que te ayuda a entender de manera ms pronta el
significado de la vida. De ese sitio en el que el planeta, todo, se rinde al alpinista, cuenta:

-Es impresionante cada paso que das cuando vas a llegar a la cumbre. Cuando sabes que vas a llegar.
Primero viene el sentimiento f¡sico: ya estoy aqu¡. El cansancio es evidente y ver la cumbre es un alivio.
Supones el descenso pero no le haces mucho caso, es reto que vas posponiendo. Pero la sensaci¢n de
satisfacci¢n cuando llegas, el orgullo cuando sacas la bandera de tu pa¡s. El sentimiento de
agradecimiento con la gente que te tuvo confianza... Sacas los logotipos de quienes te apoyaron. Eso y
pensar todo lo que hubo antes crea un estado de nimo simplemente excelso, en el que te rasgas las
venas y sientes c¢mo se te contrae el alma. Y el ver ese panorama en el que a tu alrededor ves picos y
picos y picos muy abajo del lugar en donde ests. Y las nubes tambi‚n casi como si estuvieras viendo
la alfombra de tu casa es algo sublime. Para no olvidarse jams.

* * * *

Hay quien no tiene plena comuni¢n con la idea del monta¤ismo y lo acusa de insensatez extrema. Se le
califica tambi‚n como La Conquista del Absurdo, aunque muchos se maravillan con el s¢lo imaginar
estar ah¡.

Habr, tambi‚n, quienes crean que Everest bien podr¡a significar Eve-Rest: Eva-descansa. Y
relacionarán a la montaña con una mujer. Y pensarn en la eterna conquista de la mujer. Tambi‚n
sagrada.

No hay duda, es, El Everest, realidad exclusiva de unos cuantos.

Ellos.

Siete. Y los que vienen.

Algunos han preferido editar sus pensamientos.

Otros plasman su filosof¡a en la red.

(http://vitalsoft.org.org.mx/mja/everest.97)

Uno a uno posee su estilo para describir su propia conquista en historias de nunca acabar pues uno a
uno poseen Su Everest. Su Monta¤a.

Que hablen.

Y que nunca terminen esos relatos dignos para ser contados con el estilo insuperable de los viejos,
Grandes Narradores de Aventuras.

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