Crónicas inevitables

Sunday, May 28, 2006

La Merluza


Merluza

Pedro Díaz G.


--¿Sufres?
Sangran sus ojos, como cristales rotos. Tiene andar cansino; aliento pegajoso y sus palabras son ecos apenas perceptibles:
--M-u-c-h-o. No-me-pe-guen-más.
--¡Que se quite los zapatos!
--Sí, ¡que se los quite!
Una bocanada al cigarrillo y la brasa ya quema. Los dedos pretenden esconderse sin conseguirlo. Una marca, redonda, pequeñísima, quedará tras horadar la piel.
--¿Te quieres ir?
--Si me lo permites.
Uno de los siete que le acorralan, espeta, eufórico:
--¡El palo!... ¡Hay que pegarle con el palo...!
--No. No te lo permito. Y ya, con una chingada: saca el perico. Porque a tí, cabrona, te gusta el perico, ¿o no?
--...Que no. Que soy cafetera. Que lo mío son las pastas que me hacen sentir chido y la mota, pa'alivianarme... Y pues mírame, de dónde saco para la coca si apenas puedo vivir. Déjame ir... Por favor. Cómo hago para convencerte.
Nada hay que la salve. Vicente yace con el cuerpo amoratado y abiertas cejas y párpados, a dos metros, inconsciente; abandonado.
--Míralo, hasta se orinó del puro susto. Tan machito y te dejó sola.
Sola.

* * * * * *

Montserrat tiene el cabello desaliñado y pegajoso. La intensa luz del sol le obliga a abrir los ojos, pesadamente. No atina a adivinar en dónde se encuentra. Ni la hora; los amigos se han ido y el auto abandonado en el que ha pasado la noche, apesta.
De la raída bolsa del chaleco saca los últimos residuos de yerba. Los brazos, carcomidos por tanto aguijonazo, apenas responden. Flaquean hoy las que ayer fueron sensuales piernas.
Mira a su alrededor y comienza a recordar.
Pasó gran parte de la noche, cuando los estimulantes se acabaron y los amigos dijeron adiós, entre penumbras. No los siguió. No pudo. Entonces busca a su amiga Cynthia, que en las últimas semanas parece haberse sacado la lotería: "Anda con un chavo que es proveedor; no le falta nada. Nunca''.
El chavo que es proveedor, aquella noche, salió a surtirse de material para la banda. Su compañera, después de apretar esa lata de refresco en donde se esconde la cocaína cocinada, la piedra, se sumerge en un sueño profundo y desquiciante.
``No debo meterme tanto'' repite ella cada vez que se mira al espejo. ``Ya me están adelgazando hasta los huesos''.
Solo tres cosas busca infructuosamente Montserrat: una cuchara, una jeringa y un encendedor.
Algún residuo pudo quedar adherido.
No.
Trastabilleante, a causa de los efectos del alcohol, camina hacia ese paraíso que ha conseguido la mejor de sus amigas, desde que se conocieran en la Universidad Latinoamericana, en la Colonia del Valle.
El rubio cabello es apenas una maraña informe que le avisa baño. Sus pantalones no recuerdan ya cuando inició esta fiesta interminable; han olvidado su color.
Casi cae, al subir las escaleras.
--¿Por qué no me abriste? --reclama.
--Me quedé dormida.
--A mí que me esculquen --dice el proveedor--. Yo ni estaba.
--Grité por más de dos horas; chiflé y aventé piedras a la ventana hasta que los vecinos comenzaron a protestar... No importa. Estoy aquí. Y tú, hermano, véndeme algo. Conseguí veinte varitos. Súrteme, por favor. No seas gacho...
Unica condición del provedor:
--Ya no te metas tanto.
Unico consejo de la amiga:
--...Si fumas, no tomes; si tomas, no te inyectes; si te inyectas, no inhales... ¡Carajo!
--Es que en estas condiciones, todo me vale madres. Inclusive anduve viendo si me subía a algún carro. Así, soy capaz de convertirme en puta.
Y allá va Monserrat, hacia su nuevo hábitat: los predios, los lotes baldíos, las bancas en los parques; las casas abandonadas y, lo mejor, la posibilidad de convivir con los desarrapados que ``siempre andan bien armados, aunque sea con la mona, a la que hay que pegarle''.
Tiene 32 años, ocho drogándose y dos desde que sus padres le corrieron de casa. Esa que apenas recuerda; lujos que ya no disfruta. Las prendas Zenga y Versace han sido sustituidas por cualquier andrajo descolorido.
Se le ha visto robando piezas de automóviles para cambiarlas por dinero y a la vez por material, en la colonia Guerrero. En ocasiones viste un disfraz de payaso en algún crucero de Insurgentes; los ojos cristalizados.
Cesa la ansiedad. Tiemblan sus manos.
Sonríe cuando de la bolsa trasera del pantalón extrae tres importantes objetos: una cuchara, una jeringa y un encendedor.
--Vámonos a atracar --clama cuando el efecto de la piedra le impide mantener siquiera una línea recta.
Trastabilleantes, enfilan hacia un condominio horizontal de puertas eléctricas que esconden todos los lujos del planeta.

* * * * * * *

--Bájate los pantalones.
--Nooo, por favor.
--¡Entiende!, qué hacías ahí, parada, no ves que la banda se calienta.
--Vine a surtirme, nada más.
Uno, dos, cien palazos. Y el estoicismo; la valentía. Ese soportar los dolores que hace pedazos la idea de la fragilidad femenina.
--Aguántese, chingao.
--Me aguanto.

* * * * * *

--Deberías escuchar cómo canta mi vieja. Orita la oyes, cuando nos subamos a merlucear.
Sube Montserrat al trolebús en el Eje Central luego de atravesar por puestos ambulantes y saludar a los taqueros, que miran a Vicente impregnado de nuevas cicatrices: "es que´l otro día me agarraron los judas y ya ves, cómo me dejaron".
--Señores pasajeros... ¿Se escucha hasta allá atrás? Qué bien. Perdónenme, pero muchos de ustedes ya me conocerán porque llevo varios meses agarrando esta ruta... Lo único que les quiero decir es que nos hagan un paro. ¿Ven esta credencial?, es mi salida del Oriente. Sí, acabo de regresar de la cárcel. Y, ¿saben qué? no me gustó. Y no lo digo con otro afán que el de saber que me comprenden. No quiero parecer prepotente. No lo soy. Sólo quiero un poco de ayuda porque ya saben, la crisis está difícil, y con antecedentes penales peor aún. Y como poco tengo que darles a cambio, simplemente quiero ofrecerles una canción que habla del entorno en el que vivo. De verdad va con todo mi corazón, para ustedes.
La entonación indica Sting.

Mañana ya la sangre no estará
al caer, la lluvia se la llevará
acero y piel, combinación tan cruel
pero algo en nuestras mentes quedará

Un acto así terminará
con una vida y nada más
nada se logra con violencia
ni se logrará
Aquellos que han nacido en un mundo así
no olviden su fragilidad

De los bolsillos surgen algunas monedas. Varias, más de las que cualquier vendedor de plumas podría conseguir en un sólo viaje.
--¿Ya ves? Mi vieja no sólo canta: es de carne blanca y sabrosa. Como la merluza. Sólo ella para sacarles lana a los pasajeros del camión. Choro mata todo. Y nadie como Montserrat para merlucear.
--Ya, pinche Vicente, vámonos por los chochos...

* * * * * *

En ocasiones está más deprimida. Menos feliz. Más lejana y menos aquí. Piensa. Se detiene largos momentos a reflexionar. Pero... Ese viaje hacia sí misma le daña y aun sabiéndolo nada hace por repararlo. Vuelve a la redacción. Escribe una nota, la firma; posa sus ojos en lo azul de la pantalla pero ella, mujer de ojos tristes, no está ahí. Se leen crímenes urbanos causados por la imprudencia, por el alcohol lo mismo que manifestaciones perennes en las avenidas o trifulcas callejeras entre ambulantes: urbana cotidianeidad. Eso quieren transmitir sus dedos. Lo logran, a veces. Sigue escribiendo.
Evaluación de las ocho de la noche: mañana es mal día. Descanso.
"Mejor me meto unos chochos".

* * * * * *

Oye Vicente, no anda por acá el tío. Qué hacemos, ¿nos metemos más adentro del Eje? Porque hacia allá se ve peligroso, pues dónde andará, si siempre está en la puerta de la vecindad. Y aquí están las monedas. Y él que no se aparece. Qué hacemos, a mí ya las ganas no me dejan ni pensar. Me urgen unos chochos, algo de cafecito pa´l rato y, si alcanza, una piedrita. ¿Cómo ves?, ¿buscamos más adentro?


* * * * * *

--¿Entonces qué, violín o lote baldío?
Molesto, el líder decide no otorgar el perdón. Qué hacía por aquí con su credencial de reportera disfrazada de adicta, es lo que más le preocupa.
--Vamos a agarrarla a palazos. Sí.
Otro de los siete que le acorralan, toma un bate de beisbol. Prepara el golpe final. Flexiona rodillas, codos a noventa grados, en posición para jonrón. Inicia el swing....
--¿Sufres?
--M-u-c-h-o; s-i-e-m-p-r-e --balbucea la Merluza; aprieta la mandíbula, cierra los ojos y voltea a ver a Vicente, que sangra, abandonado, antes de multiplicarse por cero.

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