Crónicas inevitables

Wednesday, August 23, 2006

Los rostros de Ciudad Bloqueo


Por Pedro Díaz y Fátima Monterrosa
Fotografia Jaime Boites


1 Hace un año la vida se le escapaba. Corrió cuatro cuadras con la garganta reventada y el borbotón incontenible de sangre. Lo habían asaltado y aunque desarmó a dos de los ladrones, pues eso le enseñaron en sus clases de kombat, el tercero le soltó el disparo a bocajarro antes de huir a bordo de un automóvil. El patrullero al que pidió ayuda sólo movió negativamente la cabeza antes de acelerar y perderse en la penumbra de la colonia Ramos Millán. Juan José Hernández moría, pero un taxista, primero, y un practicante en el hospital de la Villa, después, le devolvieron la esperanza. Con dos grandes cicatrices hoy estudia en la Vocacional 5 y junto con sus amigos todos los días viene a apoyar en su grito permanente el voto por voto. “Si Dios me dio otra oportunidad, quiero trascender, cambiar al país. No creo que haya algo mejor que entregar la vida por una causa. Esta es la mía”.

2 Le decían El Gallo de Oro, llegó alguna vez a salir en la tele, ha recibido premios por sus composiciones musicales y se acuerda de las luchas verdaderas, de fuego y sangre, de la izquierda de los años setenta. Se llama Sotero Vázquez, “el amigo de todos”, habla tzotzil, seri, zapoteco, maya y totonaco. Andaba en Zacatlán, Puebla, y sus pasos, que alguna vez lo llevaron a las disqueras CBS y Orfeón, hoy se estacionan en el Primer Cuadro de la ciudad. Canta, y aunque la voz se desgarra cada día, su temple lo mantiene en pie de lucha. “No conozco de política –advierte–, pero sé que nos robaron los votos. Y sé que el hombre es inteligente, tiene tecnología, tiene dos manos”… Recuerda cuando alguna vez en la fábrica trabajó contando agujas, “que son más chiquitas. Cómo no vamos a poder contar los votos”.

3 A doña Paula Guerrero no le importó cerrar el puesto que tiene en el mercado de la colonia Obrera. Ahí vendía unos 50 kilos de pollo diariamente. Pero hace una semana decidió bajar la cortina y venirse “p’al plantón…” A sus 42 años tiene que buscar sola el sustento para sus tres hijos adolescentes que cursan preparatoria y universidad. “Nos ayudamos todos, hay solidaridad con todos los compañeros. Dejé mi puesto porque esto es muy importante, es ahora o nunca. No nos podemos dejar, no podemos dar un paso atrás”. Con un canasto en las manos y acompañada de sus hijos, diariamente toma una pesera en la colonia Obrera para trasladarse al Zócalo. Y algo del pollo que antes vendía, ahora lo distribuye entre sus compañeros.

4 Guadalupe Salinas Morán es un mecánico operador de maquinaria pesada con mucha experiencia en movilizaciones sociales en el estado de México. Dejó de percibir dos mil pesos cada semana en las empresas constructoras a las que presta servicio para trasladarse al movimiento de resistencia civil, algo que para él no es nada nuevo, pues lleva 25 años apoyando a los movimientos de izquierda. “He trabajado para compañías mineras, para Caterpillar y actualmente estoy trabajando por la patria”. Desde hace ocho días dejó su casa en Ecatepec y se traslado al Zócalo. Todas las noches monitorea la radio y la televisión para enterarse de las noticias. En el campamento realiza labores de información a través de parodias cómico-políticas.

5 Alfredo Hernández llegó por la noche. Convencido, este campesino cuyas tardes ocupa para la siembra del maíz, del frijol y del ajonjolí, se expresa mucho mejor cuando sostiene con ajadas manos la guitarra y de su voz salen todo tipo de sones en lenguas diversas. Vino desde Huautla, en Hidalgo, y asegura que el mensaje de sus ocho hijos para la gente de la ciudad fue una serie de besos que no acaba de repartir. Posee ese encantador brillo en los ojos que presagia el triunfo y su sonrisa se contagia tanto como su música. “Es por el partido y es por la patria”, balbucea en su español casi ininteligible. Es huasteco y dice que no vino por tortas, como le han dicho. “Vine por mis huevos y los de mis ocho hijos”.

6 A sus once años, Omar Navarro Ramos no conoce tan bien la política como la pobreza. Desde el 30 de julio llego con su tío y un grupo de mineros desde Lázaro Cárdenas, Michoacán. Omar dejo a su madre y a sus hermanos para conocer de cerca a López Obrador, por ello le pidió a su tío que lo trajera a la ciudad de México. Diariamente recorre todos los campamentos. “Para aprender más de la lucha social”, dice, porque la pobreza la ha vivido en carne propia. Y ahí, entre caminata y caminata, Omar aprovecha para hacer amigos, jugar al dominó y acometer sus primeras partidas de ajedrez.

7 El frío no doblega a esta tropical mujer que a medianoche, escoba en mano, limpia el campamento donde descansan decenas de tabasqueños. Sus compañeros tiritan sobre colchonetas y pedazos de tablas. Ella usa una blusa sin mangas y pantalón corto como si la temperatura de una noche fría y lluviosa en la ciudad de México fuera similar a la de su natal Nacajuca. Martha Aguayo Magaña, sin soltar la escoba, nos dice: “Estamos barriendo para que se vayan los malos espíritus de Calderón. Estoy aquí porque quiero defender mi voto, porque es sagrado”. Por su buena sazón para la comida es la encargada de preparar los alimentos en el campamento. Se acuesta después de la medianoche, cuando todo queda en orden y se levanta a las cuatro de la mañana para preparar a “los chocos” sus frijoles refritos, plátano machacado, puchero y el tradicional pozol.

8 Los cuatro hijos de Catalina Chávez Vázquez se dan sus vueltas por los campamentos cuando acaban de trabajar, cuando vuelven de la escuela o cuando les queda un tiempo libre. Ama de casa, ella ocupa todo su tiempo plantada en una de las carpas que pintan de amarillo la ciudad. Pica ajos y cebollas. Está convencida del fraude, y por eso, a la vez que condimenta el jitomate para dar de comer a sus compañeros, se cuestiona: “¿Si de veras creen que Calderón ganó las elecciones, por qué se oponen al recuento del voto por voto”. Y mientras, los aromas que de sus manos salen inundan de compañerismo el ambiente.

9 José Antonio Cruz carga un portafolio y viste de impecable traje. Es abogado. Firma una de las muchísimas cartulinas que en 8.5 kilómetros mandan su apoyo al candidato de la Coalición. “Toda acción produce un efecto, y la reacción lógica a un fraude es la movilización en las calles”. Está convencido de que la gente se cansó de los engaños. “Me toca ver como abogado cómo el sistema no funciona; he visto la desigualdad, me entero de cómo son atrapados los narcotraficantes, los que ostentan el poder, y tras anomalías en el proceso se les deja libres”. Jura que en el ámbito legal muchos de sus compañeros apoyan la nueva causa que pretende modificar las reglas en este país.

10 La niña que vive en su vientre ya tiene nombre: Simone Montserrat, que desde su casi plena gestación algo percibe de ese ambiente irregular en la ciudad de México. Estela tiene otra hija, Frida Libertad, que a sus siete años de cuando en cuando la acompaña en el plantón permanente que tiene a su madre en los campamentos. Estela Damián Peralta tiene casi nueve meses de embarazo y no se irá de aquí, asegura, hasta que lleguen los dolores de parto. “Porque hay que educar con el ejemplo” y a Frida le enseña tangiblemente los muchos Méxicos que existen en este país, aboga por el derecho de elegir libremente a sus gobernantes, y se pregunta de qué le serviría estar encerrada todo el día en su departamento “cuando sabes que el país no está nada bien”. Cree en ese halo de misticismo con el que se mira a su líder, Andrés Manuel, quien, dice, como ella está dispuesta a dar la vida por una rebelión pacífica que termine con la desigualdad. Estela es diputada electa por el distrito XI del DF y si algo pide, de ambos bandos, es “tolerancia”, dice mientras espera la llegada de Simona Montserrat.

11 “Debemos luchar por un cambio. AMLO supo gobernar y por eso estoy consciente y convencida. Por eso le doy mi apoyo, por su carisma”. Ella se llama Isabel Hernández y vive en esa zona de Tacubaya en la que una cuadra divide a dos mundos: “En una colonia de cinco cuadritas, que se llama Lomas Hidalgo y está atrás del Hospital ABC y del Colegio Americano”. Creció en una casa paterna en la que no se hablaba ni de futbol ni de política, sólo de religión; ahora conoció la lucha social, primero porque se acercó a una Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata (Uprez) y con la autogestión urbana adquirió una vivienda. Y si algo le choca es que le digan naca: “¿Qué, ser pobre es ser naco? ¿Luchar por el derecho a la educación es ser naco?, ¿hacer rebozos, florecitas, enseñar a los niños a hacer manualidades es ser naco? Pues entonces sí, soy una naca feliz por estar aquí”.

12 Jonathán Alvarado tiene dos pasiones: las Chivas del Guadalajara y el movimiento por un país mejor. De no estar bajo estas mantas todo el día, acompañando a la gente, apoyando en lo que se ofrezca, andaría pidiendo trabajo o vagando en las calles de la delegación Venustiano Carranza, donde vive. “Apoyo la causa porque fue el de Andrés Manuel el discurso que más me convenció y porque aquí he conocido a gente con muchas ideas. Y sí, estoy seguro de que valdrá la pena, porque no nos vamos a rajar, no nos vamos a ir, no vamos a ceder, pues si una idea sobresale entre todas es la certeza de que nos engañaron y de que, juntos, podremos obligarlos a que cuenten cada voto”. Quisiera ser diseñador gráfico, pero dejó la prepa y hasta antes de esta semana pasaba la vida buscando trabajo “o vagando por las calles”.

13 Antes de abordar el camión que lo traería a la capital del país, don Francisco Pérez Mateo dejó un encargo a su hermano Benito: su terreno con la siembra de maíz, sus ocho hijos, sus 30 nietos y sus ocho bisnietos. “Ahí te los encargo…”, le advirtió y junto con un nutrido grupo de compañeros salió de Macuspana, Tabasco, hace más de una semana. Los 78 años que lleva a cuestas no le impiden participar en los actos de protesta que se realizan en las dependencias gubernamentales. “Estoy viendo la injusticia que le están haciendo a este hombre. Yo estoy luchando por esta causa, por mis nietos y bisnietos, porque lo que yo pasé fue muy duro”, dice el campesino que en su terreno de tres hectáreas también siembra camote, yuca, macal, plátano y jícama. “Dejé mi milpa que ya estaba madurando, se la dejé a mi hermano, que también vendrá a México cuando yo me regrese”.

14 “A mí, como joven, lo que me encabrona es la hipocresía de los otros partidos. Ver a Felipe Calderón me revuelve el estómago. Y nomás oigo las pendejadas que dicen y las únicas ganas que me quedan son de venir a colaborar con los perredistas, porque yo soy independiente y ciento por ciento apoyo al PRD”. Paulina Herrera hace dupla con su padre, que es fotógrafo. Y uno muy bueno, porque en las manos sostiene la fotografía panorámica que a cambio de cien pesos podría dar fe, en cualquier pared, de que vistos desde lo alto del Zócalo capitalino, son miles los que atienden a su líder en la tercera asamblea informativa. “Estoy aquí porque ya me cansé de que en mi país caigan a la cárcel sólo los más pendejos, pues los verdaderos rateros andan libres, los muy hipócritas”.

15 Montserrat Navarro termina sus clases de ciencias de la comunicación en la escuela particular que la tiene becada y parte rauda a los campamentos. Y a pesar de que al principio sus compañeros de La Salle la veían con recelo, “poco a poco, con lo que les cuento, con las experiencias que aquí se adquieren y que les llevo hasta la escuela, ya también se están organizando y me piden un espacio para tocar con el grupo de rock, o me dan dinero para que les lleve pulseras en apoyo al movimiento”. Se cuestiona por qué hace seis años, a las once de la noche sabíamos que Fox sería el presidente de México, y ahora no salen con esto. Por qué le dicen a Andrés Manuel populista “cuando el personaje más populista que he conocido ha sido el propio Vicente Fox”. En casa, asegura, “nadie se hace cargo de mi abuelita, sólo López Obrador, que cada mes le deposita un dinero…” Y tiene un amigo de la Ibero que incursionó en los medios de comunicación, siguió la campaña del candidato panista y ya está haciendo su tesis, cuyo solo título la anima a continuar en la batalla: Cómo Calderón perdió las elecciones.

16 Modesto May Bacae, indígena maya, juntó un poco de dinero con la venta de su producción de maíz, calabaza, pepino y chile habanero y le dijo a su mujer que cuidara bien a sus seis hijos porque venía a la capital a apoyar a López Obrador. “Dejé mi mujer y mis tierras, pero estamos aquí por una causa noble, luchando para ver si se puede dar la democracia en México”, dice en un español poco entendible el descendiente de los mayas que llego desde Tixmeac, Yucatán.

17 José Alfredo Balmaceda, alias El Caifán, dice que proviene de la zona residencial de las Huertas en la ciudad de Aguascalientes y que su oficio es soldador. Con sombrilla en mano para taparse de la fina lluvia que rocía la plancha del Zócalo, realiza rondines nocturnos de vigilancia hasta las cuatro de la mañana. “Los empresarios son muy codos, no pagan bien, nos quieren pagar 500 a 600 pesos a la semana; ya basta de injusticias. Y a mi edad, que ya paso los 60 años, nos quieren explotar más”.

18 Feliciano Aboites Aguilar es propietario de una pequeña empresa familiar, Confecciones Aboites, donde se elaboran uniformes de trabajo y servicios de restaurantes, y camisetas. Desde hace más de una semana dejó el negocio en manos de su esposa y sus dos hijas para que lo suplieran en el oficio que desempeña en su empresa: cortador y diseñador. “Cuando se me termine el dinero me regreso por más y el producto de mi empresa lo voy a invertir en esta lucha. No podía faltar”, dice este hombre de 60 años que nació en el DF pero que –dice– por ser un perseguido de los gobiernos priistas se refugió en el estado de Aguascalientes. Presume que participó en los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971 al lado de su maestro de ingeniería en la UNAM, Heberto Castillo. Y recuerda que denunciaron públicamente ante la Secretaria de Gobernación al mandatario priista de San Luis Potosí, Florencio Salazar Martínez (1985-1987) de traficar drogas y proteger narcotraficantes. Y como respuesta recibieron amenazas de muerte y persecución por parte de los funcionarios priistas y los narcotraficantes. En los campamentos instalados en el Zócalo realiza labores de vigilancia e información. “Le enseñamos a los compañeros que menos saben, mi función es politizarlos y, si puedo, ideologizarlos”.

19 Antonia Sánchez advierte: “Pero publiquen que nadie nos paga por venir a defender nuestro voto. Y si alguien lo asegura, que nos diga dónde, para ir a formarnos...” Antonia tuvo un hijo, pero acaba de morir y le dejó un encargo muy especial: dos nietos. Porque de dignidad los quiere empapar duerme en esta zona tomada por el ejército popular perredista. Ama de casa, “quiero que mis nietos sean libres, que vean que en su país la que manda es la voluntad del pueblo. No le importa estar a tamales y agua si la causa es justa. “Confiamos en López Obrador, estoy con él desde lo del desafuero y estoy dispuesta a no moverme de aquí hasta que las autoridades nos den la respuesta que esperamos”.

20 Rubén Contreras Puentes permaneció tres días en la plancha del Zócalo y decidió regresar a Zacatecas para movilizar más personas en apoyo a López Obrador. Antes de abordar el camión que lo lleva de regreso, el maestro universitario dice que tiene la misión de traer a 40 personas más. Y aunque llegó acompañado, se va solo. Su esposa y su hija se quedarán en el campamento para proporcionar información, dar apoyo y animo a los campamentos de otros estados. “Con mi salario pago mis gastos, ya se me acabó el dinero, traía 400 pesos, voy por más dinero y más gente que quiere estar en el movimiento”.

21 Llegaron desde el municipio mexiquense de San José Villa de Allende en una pick up de los años ochenta que les servirá de dormitorio durante una semana. Son cinco mujeres y un hombre que cerraron su negocio de artesanías y emprendieron el viaje a la capital del país para unirse a la resistencia civil. Andrea Hernández Martínez y su esposo, Celerino Sánchez, salieron de su comunidad acompañados de su comadre Catalina Pérez Mata y otras tres vecinas. Prepararon frijoles, huevos duros, arroz, salsa, chicharrón y tortillas para el camino. Llegaron casi a la medianoche y estacionaron su vehículo en la Plaza de la Constitución a la altura de la avenida 20 de Noviembre.

22 Su voz conmueve, paraliza. Obliga a quien la escucha a perder varias horas de su tiempo en el embeleso de un tenor que se regala todos los días a la una de la tarde en el entronque de Madero con Plaza de la Constitución. Su nombre es Alejandro Usigli y cuando concluye su presentación la gente se acerca a estrecharlo. Es hijo del dramaturgo Rodolfo Usigli. Ha sido durante muchos años promotor cultural y aunque sabe no muy bien trazado el proyecto perredista en este sentido, está convencido de que debe ser amarillo. “La cultura ha sido muy marginada en los últimos 25 años, sobre todo en los últimos seis. Y estamos convencidos de que con Andrés Manuel se abrirían los cauces para que la cultura no sea elitista y se contagie de pueblo”. Si algo odia es que las instituciones creadas por Vicente Fox no funcionen. “El Instituto Nacional de las Mujeres no ha defendido, no ha levantado un dedo, es más, no se ha pronunciado por la más digna que tenemos: Lydia Cacho. Igualdad, justicia y una mejor calidad de vida, es lo que nos trae hasta acá”.

23 A sus 28 años, Adrián Juárez cursa el quinto semestre de bachillerato en Durango y para el futuro aspira a ser “un luchador social” o un “buen político” del Partido del Trabajo. Con un look a lo Che Guevara, este joven de clase media fue comisionado para vigilar por las noches la puerta del campamento donde descansan sus compañeros de lucha, que en su mayoría militan en el PT, ahí, en la calle de Madero.

24 José Manuel Ángeles Hernández llega al campamento del distrito ocho de la delegación Cuauhtémoc a partir de las 18 horas para desempeñar actividades de logística y vigilancia. Arquitecto, desempeña labores como Jefe de Unidad del Departamento en la delegación Cuauh-témoc, acude diariamente a ofrecer sus servicios una vez que concluyen sus horas laborales.

25 Se consideran Los Abandonados: Ofelia Páez Cedas, Clemente Tepatlan y su pequeño hijo Modesto llegaron desde Rosario Chichiquila. Dejaron sus tierras, que ya poco producen en la sierra poblana. Llegaron con un grupo de 30 indígenas donde todos tienen algún parentesco e integran la organización Unidad Nacional Anahualt. “Venimos para lograr lo de la democracia, estamos abandonados en la sierra, no nos hacen caso para nada, venimos para ver si hay justicia, siempre los pobres son los que nos dejan fuera, por eso apoyamos Andrés”. La indígena que apenas aprendió a leer y escribir se queja de algunos tratos que reciben de parte de los coordinadores de los campamentos. “Estamos sufriendo aquí desde hace una semana, no nos querían dar cobija porque no teníamos identificación, hasta que les exigimos, nos dieron”.

Tiritan de frío al tratar de cruzar una de las avenidas en busca de los sanitarios que se encuentran a un costado de la catedral metropolitana. Son José Valencia Ambrosio y dos compañeros más que recientemente llegaron de Coyutla, Veracruz. Tiemblan desde los pies a la cabeza. La brisa de la noche traspasa las camisas y pantalones de manta que visten y los huaraches que calzan. Los indígenas totonacas que perciben 150 pesos semanales con la venta de chile aseguran que el frío que sufren en la capital del país no hará mella en su lucha.

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