Crónicas inevitables

Sunday, May 28, 2006

Voces en la cumbre (IV)

Siete mexicanos en la cumbre

La fábrica de relatos...

PEDRO DIAZ G. / IV

Es 23 de mayo de 1997.

Mexicanos en el Everest.

Hab¡a llegado el d¡a. El mal clima imped¡a a los escaladores el ascenso a la cumbre. Por fin se pudo
hacer el ataque.

Viene de regreso de la cima Andr‚s Delgado.

Encuentra a Hugo Rodr¡guez en problemas; y le entrega una botella de ox¡geno, la £nica y con la que
pensaba realizar su propio descenso.

--¨Por qu‚, Andr‚s?

No se inmuta el joven alpinista ahora sentado en el mullido sill¢n de su departamento en la Del Valle,
donde descansan, en un extremo, las chamarras y parte del equipo de monta¤ismo que le acompa¤¢ en
la odisea.

--...Porque as¡ me educaron.

--¨Tan sencillo?

--Me dije: es mi amigo, hemos escalado juntos en muchas ocasiones. Yo ya hice cumbre y ‚l no. Y en
las circunstancias de la monta¤a aquello era para Hugo el camino ms seguro hacia la muerte.

No pens¢ Andr‚s en la propia y baj¢ al siguiente campamento en condiciones extremas.

Ambos se abrazar¡an ms tarde cuando la meta com£n hab¡a sido cumplida.

El Everest es blanca caja mgica, fbrica de relatos.

Uno, otro, muchos ms:

Solidaridad busc¢ despu‚s Andr‚s para rescatar a Hugo. Dif¡cil, en tiempos en los que la £nica
premisa urgente es el pr¢ximo latido de tu coraz¢n.

--As¡ me educaron --dice--. Con la certeza que la amistad y colaboraci¢n son lo primero. Se lo debo a
mis padres.

Andr‚s Delgado viaj¢ hasta el Himalaya en mayo de 1996.

Le acompa¤aba, entre otros, H‚ctor Ponce de Le¢n.

Tuvo que ser rescatado el joven alpinista: a mucha altura Andr‚s comenz¢ a sentirse mal y dej¢ la
monta¤a con congelamiento en los p¡es, prometiendo regresar.

Lo hizo.

H‚ctor Ponce de Le¢n vive desde hace dos meses y medio en Espa¤a. La raz¢n: busca titularse como
gu¡a profesional.

Las tardes lejos de los albos senderos, de los recovecos, de las grietas, de las peligrosas aristas y de
todas las imperfecciones que hacen de la monta¤a un hermoso lugar, las pasa en Madrid.

H‚ctor Ponce escribi¢, una semana despu‚s de lograr la cima de la Monta¤a Sagrada: 24 de mayo de
1996:

"Me encuentro tratando de poner en perspectiva lo ocurrido en el Everest. ¨C¢mo hacer compatible lo
bueno con lo malo?

"Las once muertes que ocurrieron esta temporada parecen opacar cualquier logro. ¨C¢mo pudo ocurrir
una tragedia de tal magnitud? ¨Con un saldo as¡ esta obsesi¢n por escalar el Everest no llega a ser casi
enfermiza?, ¨vale la pena?"

La monta¤a no hizo concesiones".

Para algunos.

Mal clima desde principios de mayo a pesar de que diversos grupos de monta¤istas trataban de, para el
d¡a diez, iniciar el £ltimo ascenso.

--...A otros la monta¤a nos dio d¡as inmejorables. Habr quien diga que no se trata de suerte sino de
paciencia, de tener el juicio y la experiencia para decidir el momento adecuado para el ataque final. No
lo s‚, acaso ambas cosas.

"Mi esfuerzo mental por tratar de cerrar este c¡rculo de vida-muerte-cumbre-monta¤as es por ahora
in£til. Recuerdo una cita del extraordinario monta¤ista ingl‚s Don Whillans: 'Las monta¤as siempre van
a estar ah¡, no se van a mover. El chiste es que t£ tambi‚n est‚s ah¡'..."

"La noche del 22 al 23 sal¡ como a las diez y media del Collado Sur --recuerda Andr‚s Delgado--
acompa¤ado de Ang Tezing Lama, un sherpa sensacional. No s‚ a qu‚ hora sali¢ Hugo, supongo que
ms o menos igual que nosotros. Yo iba sin ox¡geno, en mi propio rollo, muy concentrado. Como a
las tres de la ma¤ana empez¢ a hacer un fr¡o terrible. Me rebasaron los compa¤eros de Hugo: Eric y
Mark. Pregunt‚ por ‚l y respondieron: 'va adelante'.

"A los 8 mil 400 metros me sent¡ muy mal. Avanzaba cada vez ms lentamente y todos se me
adelantaban. Sent¡ cosas muy raras; perd¡ un poco la noci¢n de la realidad; me di cuenta de mis
limitaciones. Dije ­basta! y me puse una botella de ox¡geno. Aceler‚. Antes necesitaba de hasta 24
respiraciones por cada paso. As¡, s¢lo seis.

"Llegu‚ a la cumbre sur. Ah¡ estaba el grupo de Adventure Consultans de Dave Breashers, que ya
hab¡a logrado la cima. Segu¡ con la idea de que me iba a encontrar con Hugo en alg£n punto. Pens‚
que estar¡a esperndome en la cumbre para tomarse una foto conmigo.

No.

"Llegu‚ a la cima junto con Mark y Eric. Estuve casi una hora all y nada de Hugo. Hac¡a mucho viento
y fr¡o. Tenzing estaba muy angustiado; me insisti¢ en que ya deb¡amos bajar. Cruzamos el paso Hillary
y al llegar a la cumbre Sur vi a alguien con un traje North Face rojo. Era ‚l. Discut¡a con un sherpa. Iba
hacia la cumbre, me salud¢: 'qu‚ gusto verte'. Parec¡a l£cido. Detrs s¢lo quedaban cuatro malasios
con sus sherpas pues los dems ya hab¡an hecho cumbre.

La discusi¢n era por continuar o no el trayecto. El tanque de ox¡geno de Hugo Rodr¡guez marcaba
apenas el 10, o sea, muy poco. Apenas para unos minutos. Su sherpa le alertaba no seguir
ascendiendo.

Aquella botella que guard¢ Andr‚s para su propio descenso ten¡a a£n el 95 por ciento. Y era su seguro
de viajero hacia el Campamento Cuatro.

--En un arrebato pens‚ "caray, es mi cuate; sin ox¡geno no creo que la haga". Le dije: "toma mi
botella". El se me qued¢ viendo muy fijamente y me dijo que jams iba a poder pagarme ese gesto; en
cuanto tom¢ el ox¡geno nos dimos la vuelta y seguimos cada quien por su camino.

Tenzing, conocedor de lo que implicaba tal acci¢n, no pudo sino decir:

--...­Eres un est£pido!, ­Eso no se hace!

H‚ctor Ponce espera su titulaci¢n como gu¡a en Europa. Y para ello toma cursos intensivos de
escalada y monta¤ismo en una sierra cercana a Barcelona.

Cuenta:

"El haber estado en la cumbre fue algo inenarrable. Primero que nada porque fuimos los primeros en
subirla por el lado norte, el chino, la arista noreste. Y porque fue un a¤o muy duro: 13 muertes en la
monta¤a. Tres del otro lado, cuatro del que estbamos, y en fin, un a¤o en el que parec¡a que no
habr¡a posibilidades reales de hacer la cumbre. Lleg¢ el 20 de mayo. Duro, dif¡cil, el clima. Muchas
expediciones abandonaron, dejaron el base, y nosotros aguantamos hasta el final y lo pudimos intentar
hasta la £ltima oportunidad, porque hab¡a que irse de ah¡ cuanto antes. Andr‚s Delgado se sent¡a mal a
mucha altura; tuvimos que ayudarle a bajar y eso fue lo importante: que el haya bajado bien. El intent¢
hacer la cumbre el 10 de mayo, el d¡a que ms malo estuvo el clima. Por lo mismo murieron siete
personas en unas cuantas horas, por lo duro que estaba el viento, condiciones de huracn.

"Eso le rest¢ tantas fuerzas que qued¢ parado en el campamento dos, y ya no pudo seguir
descendiendo pues ya no ten¡a con qu‚. Yo tuve la sospecha de que estaba mal, a 7 mil 800 metros,
fue as¡ que decid¡ subir. Presentaba fatiga extrema y estaba solo. Lo prepar‚ un poco para el descenso
tratando de hidratarlo lo ms posible, con ox¡geno de unos ingleses que ten¡an una tienda por ah¡
cerca.

"Pudo bajar. Ven¡a gente de nuestra misma expedici¢n, unos italianos, Yuri Contreras, y desde ah¡ se
me hizo ms fcil la cuesti¢n, con la ayuda de varios. Llegamos al base con Andr‚s; ten¡a
congelaciones graves en los pies cuando parti¢ hacia Kathmand£. Yuri y yo nos quedamos a ver si
hab¡a otra posibilidad.

¨D¢nde est Hugo? preguntaba Andr‚s a cuanto alpinista encontraba en el trayecto. Nadie sab¡a nada y
su expedici¢n lo daba por muerto: ya tard¢ demasiado.

Andr‚s no lo cre¡a as¡:

"El a¤o pasado yo estuve cinco noches, a mucha altura, y sobreviv¡ gracias a que alguien subi¢ a
ayudarme".

¨Qu‚ hacer?

¨C¢mo subir por el amigo cuando las fuerzas se han acabado en el descenso y lo £nico que te mueve
es la desesperaci¢n?

De nada serv¡an a Andr‚s las cavilaciones en el Campamento Cuatro. Busc¢ sherpas "frescos" para
que subieran por Hugo; varias expediciones se los negaron. "Vamos a atacar la cumbre", "los que
tenemos estn cansados...", pretextaban.

Empeoraba el clima. Hab¡a que seguir bajando.

--­All!, ­hay alguien all! --grit¢ Tenzing.

Era Hugo.

Tras el rescate, y con lesiones que le imped¡an hacer el regreso solo, Hugo Rodr¡guez tuvo que ser
auxiliado por algunos miembros del grupo de Andr‚s.

De pronto Hugo cay¢ en una grieta. Al asomarse le vieron sonre¡r. Dos canadienses, Jason y Jamie,
Tenzing y Andr‚s tuvieron que sacarlo. El congelamiento de sus manos era enorme pero su rostro
indicaba todo lo contrario.

"Hugo se re¡a --dice Andr‚s--. Estaba de muy buen humor. Los canadienses lo sacaron mientras
nosotros sosten¡amos la cuerda. Lleg¢ al base con muy buen esp¡ritu..."

H‚ctor Ponce:

"Hicimos cumbre Yuri y yo ese 24 de mayo, como a la 1.45 de la tarde. Y estando all te acuerdas de
muchas cosas; pensaba: empec‚ a hacer monta¤ismo a los 10 a¤os, el Popo por primera vez. ­Y 19
a¤os ms tarde estaba en la cima en el Everest! No s‚, haces una recopilaci¢n de 19 a¤os, de tantos
sitios, tantas cordilleras, Record‚ a un amigo alpinista, Adrin Ben¡tez, muerto cuatro a¤os atrs en el
K2, me acord‚ de Andr‚s cuando subimos la pared Sur del Aconcagua. Todo se viene en un instante,
todo concuerda y adquiere sentido.

"Hab¡a sido un largo camino para llegar hasta ah¡. Y se me fue el tiempo en un instante. Piensas en tu
familia, pens‚ en mi esposa. Pero despu‚s de la euforia, la raz¢n: sabes que ests ah¡, pero siempre
tienes el temor del descenso: bajar con vida. Yuri me felicit¢. Le dije: nos abrazaremos en el
Campamento Base. No antes. Y s¡, el descenso fue tan concentrado que pronto pas¢ el tiempo y ya
estbamos en nuestro campamento.

"Despu‚s de tanto sacrificio lo hice. Me la deb¡a. por otro lado, me dije: conclu¡ algo, una etapa de mi
vida como monta¤ista. Y trato de no explotar mi ascenso. Fue bonito, pero tambi‚n triste. Como
cualquier sue¤o: empiezas a preguntarte si es ms bonita la etapa del deseo o la del logro, pero se
complementan. Yo hab¡a visto muchas fotos de la gente en la cumbre y me parec¡a que no se paraban
en el pinculo, sino dos o tres metros ms abajo, como si fuera una cornisa. En nuestro caso nos toc¢
pararnos en el punto ms alto de esta cornisa de la que te estoy hablando. Sobre la punta.

"Recorrer los £ltimos 50 metros hacia la cumbre fue el momento verdaderamente mgico de ese d¡a.
En mi mente desfilaron muchas imgenes y en mi coraz¢n sent¡ una intensa emoci¢n. A las 14.30 de
ese 24 de mayo no pude subir ms: la monta¤a se hab¡a acabado. Me abrac‚ con Yuri y comenc‚ a
contemplar el paisaje ms incre¡ble que hubiera visto jams. El descenso lo hicimos con mucha
precauci¢n y no tuvimos problema alguno. Yo llegu‚ a la tienda con el £ltimo litro de ox¡geno. Esa
noche, mientras fund¡amos nieve apenas pod¡amos mantener los ojos abiertos. No importaba.
Estbamos felices..."

0 Comments:

Post a Comment

<< Home