Crónicas inevitables

Sunday, May 28, 2006

Voces en la cumbre (III)

Siete voces en la cumbre

Paraíso irrepetible

PEDRO DIAZ G. / III

Se acerca Emil Aguad a Alfonso de la Parra.

El atrio de la iglesia es fiesta de saludos, de abrazos. Aca-ba de casarse el m£sico-alpinista.

Al o¡do le habla de sue¤os compartidos desde la infancia.

--¨Sabes, Alfonso, creo que le vamos diciendo adi¢s al Everest?, ¨o no?

--Creo que s¡... --responde De la Parra.

El matrimonio lo alejaba de La Monta¤a. Lo sab¡a.

Pero.

--...Fue algo incre¡ble. Me cas‚ y unas semanas despu‚s, cuando la idea del Everest se apagaba
inexorablemente, vino a m¡ Sergio Fitch, un excelente alpinista. Me dijo: 'tengo un permiso para
ascender el Everest; no lo voy a utilizar, ¨lo quieres?'

No dud¢ De la Parra.

Pronto reunir¡a el dinero.

Partir¡a semanas ms tarde hacia Kathmand£, puerta de acceso a la fantas¡a, a la inmensidad.

Esta historia inici¢ a los doce a¤os, cuando en el Instituto Cumbres ‚l y Emil trazaban su proyecto de
vida: terminar la carrera de m£sica y escalar el Everest.

--Con el tiempo, cada quien logr¢ uno de los objetivos, por separado. El estudi¢ incluso en el
extranjero; es ahora director de la filarm¢nica de Morelia.

El Everest.

Muchos fantasmas, entre miles de botellas de ox¡geno abandonadas en los senderos de enso¤aci¢n en
la monta¤a; innumerables leyendas. "El Yeti", por ejemplo, que es una especie de hombre de las nieves
al que algunos alpinistas aseguran haber visto. Pero ms all de seres m¡ticos el verdadero reto est, no
en vencer a la monta¤a, no en conquistarla, sino en el impostergable enfrentamiento consigo mismos.

"Porque escalar el Everest hace que conozcas al hombre que hay en ese cuerpo tuyo. Y, ¨sabes qu‚?
muchas veces no te gustas. No ests de acuerdo contigo mismo. Eso es lo ms duro".

Habla Yuri Contreras.

Y comenta:

--Yo siempre fui ni¤o bien; clase-media-alta y de sue¤os superficiales. Me veo al espejo y recuerdo mi
cara de felicidad aquel d¡a, ya muy lejano, en que me compr‚, ­por fin!, un Rolex. La monta¤a me ha
cambiado.

¨Por qu‚, Alfonso?

El apellido De la Parra no es fcilmente identificable con la conquista del Everest. Carsolio y Torres
Nava fueron durante los £ltimos a¤os los ms conocidos.

Alfonso de la Parra se dedica a las expediciones, a la aventura.

Responde:

--Fue muy simple. La gente no me conoce porque, casi reci‚n casado, planeamos el viaje como pareja.
Yo sub¡ al Everest, viv¡ mi momento y despu‚s nos quedamos a vacacionar unos dos meses por el
T¡bet.

No hizo caso de las llamadas hasta Kathmand£.

--­Regr‚sate! --le dec¡an sus familiares--; todo mundo te est buscando ac. La prensa, la televisi¢n...

Alfonso:

"All arriba te sientes con much¡sima paz; si te llegara a pasar algo, no importar¡a. Como cuando los
alpinistas se sienten agotados a mitad de la monta¤a y deciden abandonarse. Estoy seguro de que
mueres en paz contigo mismo.

De lo que otean los alpinistas desde lo alto, dice De la Parra:

--...Puedes ver la curvatura de la tierra y obviamente todos los picos del Himalaya; preciosa cordillera.
Observas las diferentes capas, no de atm¢sferas, pero puedes ver una primer capa a manera de niebla;
ms arriba unas nubes, ms densas. Todo tipo de nubes. Y sobre todo el amanecer: ves c¢mo la luz
penetra por las nubes y c¢mo se estrella en las diferentes monta¤as. Eso es algo totalmente angelical.
­Y el silencio, tremendo!

"Cuando atacaba la cumbre, como a las cinco de la ma¤ana, se hab¡a quitado el viento y no hab¡a
absolutamente nada. Era un silencio casi inexplicable. Sal¡a el sol y empezaba a pintar todo de colores,
de tonos diversos; grises, blancos, azules... Ten¡as ante ti un panorama hermoso, sublime. Para¡so
irrepetible.

"Del Campamento Cuatro a la punta subes una pared bastante empinada y despu‚s llegas a una especie
de filo que te comunica prcticamente ya con la cima, donde t£ puedes clavar tu piolet. Es tan delgado
que perfora de un lado de la monta¤a al otro. Tienes un espacio para poner la huella de tu pie de, a lo
mejor 20, 30 cent¡metros. Quedas totalmente volando por una cara y prcticamente caminas por el filo.
Esta es una de las partes ms hermosas que tiene El Everest. Es antes de llegar al Escal¢n de Hillary
--que ya es un enredijo de tantas cuerdas que han puesto ah¡--. Ah¡ te das cuenta de lo frgil, de lo
delicada que tambi‚n es la monta¤a... Pasas el Escal¢n y esa secci¢n de la monta¤a se empieza a
ampliar un poco, hasta que llegas a la punta, que es chiquita: ha de tener unos cinco, ocho metros
cuadrados. Hay un tripi‚ que dejaron los chinos. Algunos hacen experimentos con ‚l: le ponen celdas
fotoel‚ctricas para probar equipos de telefon¡a, o una serie de espejos intentando triangular reflejos
para medir con ms exactitud el tama¤o de la monta¤a..."

Tiene Yuri el rostro fragmentado en rayos de luz y vive este 24 de mayo de 1996 su primer ascenso al
Everest; tendr dos.

Tiene esa extra¤a sensaci¢n de cuando la mirada no encuentra nada que la detenga en el horizonte.

A ‚l el Everest se le desborda en la mirada.

Lo ha cambiado, asegura.

El encuentro con la monta¤a lo hizo entrar en contacto con la muerte, a la que no desconoce: es
m‚dico. Dice a la distancia:

"Entr‚ a la tienda y se encontraba Mal Duff, a quien me hab¡a encontrado d¡as antes en el Campamento
Tres; le ense¤‚ las fotos que acaba de tomar con mi cmara digital (hermoso regalo de mi novia
Cristina). Estaba acostado de lado con un libro en su mano: 'The queen of elepanths', como dormido.
Al jalarlo vi su cara comprimida; su barba y toda la mejilla por el piso; entumecido y con un color
p£rpura y blanquecino, los ojos abiertos y residuos de v¢mito en la barba, barba de monta¤ista. En una
est£pida acci¢n me acuerdo que coloqu‚ el estetoscopio en su pecho blanco y morado; sus brazos,
r¡gidos, semiflexionados parec¡an en una absurda posici¢n, como qui‚n pidiese bailar. El hedor era
terrible y a£n me persigue. Sus ojos fijos y vi‚ndome, como interrogando por qu‚ hab¡a de morir a los
43 a¤os. Le puse luz y sus pupilas segu¡an mirndome, cuestionndome.

"¨Dios --pens‚--, y por qu‚ Yo he de contestar a la muerte?

Trat‚ de hacer algunas maniobras (est£pidas, ahora pienso) de reanimarlo: colocar cnulas en la boca,
en fin. No hab¡a raz¢n. Ten¡a ya algunas horas de muerto.

"¨Donde qued¢ toda mi filosof¡a de lo que es vivir plenamente cuando la muerte te rompe de repente,
te toca, te mira y te dice: `me he presentado en el l¡der de la expedici¢n, un monta¤ista experimentado
que muchas veces ha tenido que sufrir para salvar su vida en las monta¤as; ahora muero leyendo la
reina de los elefantes en medio de un campo base, muerto por asfixia de mi propio v¢mito? Yo soy la
muerte, te estoy tocando, Yuri, para que toda tu pinche filosof¡a se vaya a la mierda y sepas que la
£nica filosof¡a mi amigo es la de luchar constantemente por tu vida. No te conf¡es ni cuando duermas
porque cuando quiero vengo por ti y te quedas sin novia, sin familia, sin perro y sin tus art¡culos que
tanto te gusta escribir'..."

"Yo en lo particular siento que no se requiere ox¡geno en esa monta¤a --dice Alfonso de la Parra--. Si
tienes muy buena preparaci¢n no lo necesitas. Yo realmente no lo necesit‚, de hecho cuando sal¡ a la
cumbre me lo hab¡an robado; ms adelante pude conseguir uno, llevaba otro de repuesto, se me acab¢
el que ten¡a y ya no me tom‚ la molestia de sacar el otro; prcticamente escal‚ la mitad de la cara sin
ox¡geno: en la punta no us‚ ox¡geno; me sent¡a perfecto, pod¡a hacer abdominales, lagartijas. Creo que
much¡simo tiene que ver tu aclimataci¢n. Hay gente que se muere de fatiga. Te conviertes en una
calavera caminando. Yo llev‚ ox¡geno porque siempre he pensado que no tiene caso matar tus
neuronas; y como nunca sabes c¢mo vas a funcionar a esa altura hasta que ests en ella, pues igual
puedes regresar ya medio loco con la mitad de las neuronas muertas por falta de ox¡geno; o igual y s¡
te aclimataste muy bien y noms estuviste cargando los tanques. Yo si volviera al Everest no usar¡a
ox¡geno.

Sin embargo, dice el m£sico-alpinista, no regresar¡a al Everest.

Prefiere una monta¤a ms bella: el Ama Dablang, en Nepal, 6,856 metros.

Para mayo de 1997 Yuri Contreras estaba nuevamente en El Everest; la monta¤a lo hab¡a cautivado y
sus planes a futuro son regresar cuanto antes al Himalaya.

--Es que, vean --dice a quien quiera escucharlo-- estas imgenes del Himalaya. Estos paisajes, estos
peligros. ¨Ustedes creen que conociendo todo esto voy a meterme todos los d¡as al quir¢fano?

La sonrisa de Yuri es por momentos exultante. Sobre todo cuando a su mente llegan tantas vivencias
en la cumbre.

El segundo ascenso estuvo lleno de emociones. Como cuando a 6,150 metros tuvo que enfrentar una
grieta que bloqueaba el paso a la cumbre: "Lackpa Nuru (su compa¤ero de cordada) volte¢ y
lentamente me dijo: 'aseg£rame, voy a saltar'. Clav‚ mis dos piolets en la no muy buena nieve, los
ecualic‚, pas‚ la cuerda por el mosquet¢n y puse el ocho a mi cintura; me recost‚ sobre los piolets
clavando todas las puntas de mis crampones. Segundos despu‚s o¡ el grito de Lackpa, gir‚ la cara y lo
vi feliz, sonri‚ndome sin dejar de repetir: '­brinqu‚, brinqu‚!', pero al descubrir d¢nde estaba parado,
arriba de un frgil labio de grieta, grit‚ sin moverme de mi posici¢n: 'run... run... go ahead'. Lackpa
entendi¢ y comenz¢ a buscar ms arriba un terreno firme".

El 27 de mayo un doctor, Yuri Contreras, alcanz¢ su meta. Nuevamente.

Vuelve.

"No para conquistar una monta¤a, porque la naturaleza no se puede conquistar, sino para,
simplemente, disfrutar de la belleza, paz y serenidad. Yo no escalo porque la monta¤a est ah¡, sino
porque la monta¤a vive, ya, dentro de m¡".

0 Comments:

Post a Comment

<< Home