Crónicas inevitables

Sunday, June 04, 2006

Ana, deleite con sabor a premio




No tiene sueño cuando llega a nuestro país a las dos de la mañana. De triunfos, autógrafos, abrazos, futuro y embelesos va llenando la aeroportuaria madrugada

Pedro Díaz G.

Hay un pasmo inesperado cuando de pronto aparece la dama vestida con pantalón en tonos negros y blusa de tenue café, cabello recogido y fija la mirada en los obturadores, en algunos carteles; en las frases de bienvenida y en cada guiño que la gente, no más de un centenar, le prodiga apenas cruza la salida en el aeropuerto capitalino. Ana Guevara se detiene frente a los reporteros. Y aunque se esperaba su presencia, al verla ahí, sin saber hacia dónde dirigirse, se producen segundos de asombro-admiración extremos, que dejan como paralizados a todos. Sólo rompe el momento el aplauso tímido de las dos de la mañana.

(Rafael Navarro Soto: Fue verdaderamente impresionante el cierre que tuviste en los Juegos de la Amistad. Te mostraste muy superior a tus rivales; con mucha gallardía. Lo que realmente me fascina de ti en esta carrera es el gesto de triunfo con el brazo derecho en alto al cruzar la meta. Llegaste sin echar el cuerpo hacia adelante y totalmente despreocupada por la corredora más cercana. Sabías tuya la victoria...)

Ana Gabriela, carrito con maletas, saca de una bolsa las medallas que de Brisbane ha traído; se regocija con ellas ante la lente. Una inclusive cae al suelo, y, solícito, su representante la resguarda. Hablará la velocista de lo entrañable que se ha hecho su presencia para los australianos, "que me han adoptado como suya"; de sus planes, "regresaré a los entrenamientos después de un descanso, hasta el 8 de octubre, y a las competencias hasta febrero"; de lo por ella conseguido, "pues este año ha sido muy bueno: los Juegos en Brisbane llegan en el momento oportuno para sacarme la espinita que traía desde Edmonton"; y de la añoranza que por sus padres siente, "hola... ¡mamá!, ya estoy aquí, en el aeropuerto", dirá, en llamada por celular hasta Nogales, frente a cámaras de televisión y pequeños que se le acercan para cumplir con el tradicional rito del autógrafo.

Ana no tiene sueño.

Por ello se deja agasajar; una niña en silla de ruedas le sonríe, le felicita; la corredora levanta la bandera de México que uno de sus seguidores le entrega mientras algunas cámaras digitales la siguen a detalle.

Muy delgada se ve la sonorense. Miente, coinciden algunos visitantes, aquel que diga que su aspecto no es del todo femenino. Camina con porte, abriéndose paso entre maleteros ("un saludo para acá, ¿o no?", le piden y ella accede) y viajeros ("who s that girl?" cuestiona un estadounidense en espera de abordar) que en el medio de la noche se unen en una prolongada, calurosa, desmañanada ovación.

Modula su voz, acaso elegante, que suena natural cuando ante los micrófonos estalla. Sabe llevar las entrevistas; luce fresca la campeona de la buena voluntad, a pesar del viaje transoceánico, de las siempre cansadas conexiones. Ana conquistó oro en la prueba de 400 metros planos, y bronce en relevo de 4 x 400, con un equipo internacional, y se convirtió, además, en la primera mexicana en subir a un podio en los mundiales de atletismo: bronce en los 400 de Edmonton.

Una familia se alboroza cuando Ana contesta las preguntas. Ha llegado minutos después la abuela y todos, hijos, sobrinos y nietos producen una escandalosa escena de cariño: le abrazan, le arropan, se la llevan. A Ana le espera un poco de lo mismo: varias de sus mejores amigas están en la sala de espera y, tras los gestos de ternura, escuchan cuando dice: "Las competencias en Brisbane me dejan satisfecha porque se trató de una revancha con mucho prestigio. Estaban aquí las ocho mejores del momento; cierto, no las de Juegos Olímpicos, tampoco Cathy Freeman, que ha levantado una polémica en Australia por su embarazo, pero vencer a quienes me habían ganado en Edmonton es algo que me tiene muy orgullosa. La gente allá me conoce, disfruta con mis triunfos y eso, junto con estas recepciones en el aeropuerto, son detalles que difícilmente olvidas. El que la gente espere hasta estas horas para recibirme me pone contenta; es un gran estímulo. Es algo que te mueve, que te motiva para seguir adelante. Faltan tres años del ciclo olímpico y aún hay muchas cosas por hacer. Cuando me pongo a analizar lo que he logrado invariablemente pienso, también, en lo que viene: entrenar más y conseguir el doble. Por el momento ubicarme entre las primeras del mundo. Buscar consolidarme en el ranking, que se maneja por los puntos de cada victoria, y que ahora me ubica en el quinto lugar. Pero antes, tres días en México, luego un descanso en Nogales, con mis padres, más tarde de vuelta a esta ciudad. Y sí, en efecto: no sabemos si participaré en los Centroamericanos de El Salvador en noviembre; los calendarios, por desgracia, no coinciden..."

(Roxana Contreras: Orgullo. No tienes idea el orgullo que me hace sentir que una mujer mexicana como tú, haya ganado el oro. Cada uno de tus triunfos, estoy segura, nos hacen sentir que sí se puede. Eres un ejemplo a seguir para todo México. Me gusta correr, por supuesto a nivel de hobbie, y cuando lo hago, siempre pienso en ti y en lo mucho que habrás entrenado y en todo lo que habrás tenido que pasar para llegar a donde estás) A la una de la mañana el aeropuerto se ve trastornado por el arribo de varios comunicadores que se encuentran con la sorpresa de que no hay más estacionamiento gratuito para ellos; con gente contratada para lavar cada rincón y de turistas trasnochados en espera del próximo vuelo. Familiares y amigos al acecho del 5369, procedente de Los Ángeles. ¿Qué hacer cuando ella llegue? El salón de conferencias no se ha conseguido así que el restaurante de la sala E servirá para aderezar la bienvenida. Meseros inclusive con cinismo barren el piso donde acomodadas han sido las mesas a manera de presidium: "qué tal que las cámaras la toman desde abajo..."

Nada. A pesar de que todo ha sido dispuesto y algunos reporteros esperan su llegada, Ana, asesoramiento de su representante, ofrece apenas la entrevista de banqueta. Y se apiñan en su derredor los micrófonos. Y se suceden, casi una hora después, otras imágenes: camina Guevara hacia su auto, erguida, imponente; refleja plenitud su gesto insomne, sus pómulos de triunfo. Va hacia su casa en el CDOM, apenas inundado. Al saberlo ella sonríe: "A ver si así lo arreglan", dice y entonces se mueve jubilosa, recuerda sus partidos de basquetbol en la cancha de Conscripto y Periférico y los rebotes uniformes del balón. Vuelve a posar para las fotos; "qué hermosura comentará alguno de los últimos cronistas, tantas horas de vuelo y ella sigue así, con su sonrisa; con su humildad, así, sencilla".

Charla unos minutos, a la puerta del automóvil, con los más allegados. Sigue causando admiración, sobre todo, su figura.

(Eduardo Carbajal: Soy un compatriota que miró por primera vez tu foto en un periódico de Houston el 2 de octubre del 2000, ¡sin saber la clase de estrella que ya eras! Ahora me has llenado de orgullo por tu velocidad, por tu carisma, pero sobre todo por mostrar al mundo a tu fiel acompañante: nuestra hermosa bandera tricolor) Ana está de vuelta, el aeropuerto luce ahora jubiloso. Su andar, el deleite nocturno, sabe a premio.



Septiembre, 2001

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